Capítulo sesenta y nueve

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Brisa

Un bebé. Voy a tener un bebé y no puedo asimilarlo.

Ese día camino a casa con el brazo entrelazado al de Stef, quien me sostiene para que no me caiga al suelo de lo impactada que estoy. Porque, aunque parezca exageración, estoy en shock. Mi cabeza está hecha un lío. Un mar de pensamientos buenos y otros no tanto me invade. Mi cuerpo, además del temblor y el calor, es asaltado por un atisbo de inseguridad, que, aunque pequeño, sacude fuerte e insistentemente.

Mi mente está dividida en dos partes: en confianza y en inseguridades. Por un lado, sé que Gastón me apoyará. Pero las inseguridades golpean la puerta de mi cabeza y me dicen que no estará tan contento, que su plan era estar casado antes de tener un bebé.

—¿Qué le dirás a Isaac? —me interroga Stef.

—Nada, por ahora no abriremos la boca. El día que le cuente a Isaac que estoy embarazada, tú finges no saber nada.

—¿Vas a decirle a Gastón?

—Sí, pero no ahora, cuando regrese. No es algo que se deba hablar por teléfono o videollamada. Necesitamos estar juntos, mirándonos cara a cara. No puedo soltarle la bomba, así como así. Nuestras llamadas no duran más de diez minutos como mucho.

Llegamos a casa. Rápidamente, me meto en el cuarto de mi amiga y me recuesto en la cama a mirar un poco de tele. No quiero estar tan cerca de Isaac porque puede darse cuenta de mi cara.

Durante la segunda semana sin Gastón, logro que Isaac no sospeche nada. Finjo que no tengo ningún bebé. Cuando se va de la casa, me meto en el cuarto a verme en el espejo sin miedo de que entre y me atrape observándome la panza. He estado sintiéndome muy perseguida los últimos días. Cada vez que hablo con Gastón siento ganas de largar la lengua y contarle que estoy embarazada. Pero me contengo, porque me repito a mí misma que no puedo decirle algo tan importante de cualquier forma, debe ser un momento especial. Debo tener paciencia. No falta más de una semana para que regrese conmigo a casa.

Me miro desde distintos ángulos, pero obviamente no se me nota. Parece haber una ligera hinchazón, pero no es nada de lo que las personas que no saben de esto puedan darse cuenta. Así que no me preocupo, y me digo a mí misma que dentro de unos meses se me empezará a notar. Para noviembre tendré a mi primer hijo o hija.

Me siento aterrada. Ya he tenido varias veces sustos de embarazo, pero nunca había pasado esto. No sé cómo va a reaccionar el padre, ni cómo le haré para aguantar tantos malestares. Porque para ser una etapa muy temprana del embarazo, ya tengo náuseas como si estuviera en el segundo trimestre o terminando el primero.

—No se nota nada, puedes estar tranquila —dice Stef desde el marco de la puerta.

—Lo sé —vuelvo a cubrir mi panza con la remera.

—Gastón se pondrá muy contento, ya verás. No dejes que las inseguridades penetren tu mente. Recuerda que una vez me contaste que Gastón te preguntó si algún día le darías hijos. Bueno, le estás dando el primero.

Me percato, gracias al espejo, de que se me ha formado una sonrisa.

La tercera semana me la paso cuatro días seguidos con náuseas temprano en las mañanas. Por poco le vomito a Isaac cuando sentí su perfume. Ya se me hace difícil que mi hermano no sospeche. Lo he atrapado más de una vez mirándome la panza y observándome de reojo cada vez que me siento cerca de él. Lo sabe. O al menos lo sospecha.

Tal vez, él podría haber pensado que estoy enferma, pero lo del embarazo parece ser más lógico para él, según descifro por sus actitudes. El día antes de que Gastón regrese me siento mucho mejor, sin náuseas ni nada. Espero que Isaac se olvide de mis descomposturas. Sin embargo, viene a mi cuarto temporal, se sienta a mi lado y me observa inquisitivo. Y eso me pone inquieta. Trato de hacerme la tonta.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora