Capítulo sesenta y cinco

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Brisa

Me levanto de la cama después de apagar la desesperante alarma. Detesto profundamente el sonido que seleccioné para el despertador. Pero es el único que encontré lo suficientemente desagradable como para obligarme a ponerme de pie y apagarlo. Los sonidos que solía escoger como alarma solían ser tan suaves que los dejaba seguir sonando y el sueño siempre me ganaba la partida.

Observo a Gastón dormir del lado de la ventana y me sorprende que no se haya despertado por el fuerte ruido, pero luego me acuerdo de que ayer no se sentía bien para ir a cenar. Le toco la frente para calcular si tiene o no un poco de fiebre. Y sí tiene. Encuentro el termómetro en el último cajón del gabinete del baño.

—Gastón —lo llamo, sentándome en la cama. Toco su cuerpo para despertarlo, e inmediatamente, entreabre los ojos y busca mi voz.

—¿Qué? —hace una mueca.

—Déjame tomarte la temperatura, quiero ver cuánto tienes —le digo, acariciando su mejilla con dulzura—. Tienes un poco.

Se limita a asentir.

—Abre la boca —le pido y le pongo el termómetro—. Te traeré una pastilla para calmar tu dolor de cuerpo, porque supongo que todo te duele, ¿no?

Afirma.

Voy en busca de la pastilla y luego regreso al cuarto. El termómetro está sobre la mesita de luz. Gastón ha vuelto a intentar dormir. Me acerco a él despacio, pero supongo que siente mi presencia porque me habla.

—Tengo casi treinta y nueve —su voz es pesada, refleja cansancio.

—Es mucho —acoto, y me siento a su lado otra vez. Le toco el brazo. Abre los ojos para verme nuevamente—. Tienes que tomarla —le doy la pastilla y un vaso de agua.

Se sienta desganado, y en cuestión de un segundo la pastilla ya no está. Deja el vaso en la mesita.

—Me visto y te llevo a la universidad —se acomoda el pelo sin ganas. Quiere levantarse de la cama, pero no se lo permito.

—No, ni se te ocurra que vas a salir de la cama. Hoy te quedas en casa todo el día, así que, si tienes que ir a hacer alguna cosa, cancela tus planes porque tienes que recuperarte, si no quieres empeorar Gastón.

—No me matará llevarte a la universidad —objeta.

—¿Y? Ya sé que no, no soy estúpida, pero no puedes ni siquiera mantener los ojos abiertos de las pocas energías que tienes. No vas a salir de la cama.

—Brisa...

—No. Le diré a Stef que me pase a buscar. Voy a prepararte algo para que comamos. Luego te duermes hasta que vuelva a casa después de la universidad. Hoy llegaré como a las dos, así que comeré con Stef en la cafetería —le indico.

Veinte minutos después tengo la comida en la bandeja. Gastón parece tener bastante hambre porque se devora casi todo.

—Eso es mucho, ¿no te parece?

—Tenía hambre —me responde con un talante más repuesto.

—Pareces estar un poco mejor.

—La pastilla me calmó bastante el malestar.

Me termino de bañar a los apurones, me despido de Gastón, y le pido, por favor, que se mantenga en la cama. Me dice que sí y que verá alguna película si llega a despertarse y se aburre. Le doy otro beso, y tira de mí provocando que caiga sobre la cama y encima de él. Me da una nalgada y un apretón de culo. Veo que el estar enfermo no le quita el apetito sexual, ni un poco.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora