Capítulo treinta y seis

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Gastón

Me duele que llore. Su rostro se arruga de tristeza, y baja la mirada cuando la veo. Se esconde, tan solo, porque siente vergüenza. Cada lágrima que se le escapa se desliza por su mejilla y moja mi hombro, pero no me importa en absoluto. Me siento afortunado de ser quien intenta sanar su dolor. Sé que no lo logro y que no lo lograré, pero al menos lo intento brindándole mi consuelo más sincero.

Ella puede llegar a sentirse sola en este departamento en donde hay recuerdos que la atormentan, pero no está sola. Hoy, yo estoy con ella. Y con gusto puedo quedarme todo el tiempo que ella necesite. No me importa. Mi tiempo es ella. En este instante extraño ver esa hermosa sonrisa que tiene. Adoro cuando está en su semblante, es cálida y me hace sentir bien.

La rabia me consume cada vez que pienso en lo que pasó antes de su accidente. Puedo darme una idea de cómo el nudo se presentó en su garganta y cómo las lágrimas bajaron de sus intensos ojos azules. Quiero golpear a Liam por provocarle esa tristeza a alguien que no le hizo daño alguno a él. Sé que nos besamos en mi casa, pero Brisa nunca tuvo la intención de hacerlo. Eso había sido cosa mía. Bri siempre tenía un brillo especial en la mirada cuando me hablaba de Liam, ahora ese brillo ha desaparecido y se ha convertido en agua, en un mar de llanto. Me gustaría tenerlo enfrente y partirle la cara, golpearlo otra vez, pero sé que es mejor que dejemos atrás a ese hombre, tal y como mi amiga pretende hacer.

Cada vez que miro sus ojos llenos de nostalgia, coraje y decepción, siento que reflejan lo que una vez sentí con Sofía. Fui engañado cientos de veces y nunca lo sospeché. Hasta que un día, al llegar a la casa, después de una sesión de fotos, la encontré en nuestra cama con otro hombre. Desde la planta de abajo se podían oír los gemidos, mi mente al principio no quiso creer lo peor. Subí las escaleras, abrí la puerta de la habitación y ahí estaban los dos, completamente desnudos. Recuerdo que ellos se detuvieron y me miraron. Me tomó un segundo darme cuenta de las cosas. Cuando reaccioné cegado por la indignación y la ira me le fui encima al tipo, le quería arrancar la cabeza y gritarle de todo a Sofía. Después me fui.

Horas más tarde, creo que eran como las once de la noche, llegué a casa y la discusión empezó enseguida. Le dije cosas horribles, pero ella también tuvo su parte. Que tu esposa te diga que está cansada desde hace tiempo y que nunca te amó como pensabas, es como una patada en la cara. Una patada que te baja de la nube del amor y te hace caer sin piedad.

Le acaricio el pelo con ternura y le doy un beso suave en la coronilla. Con cuidado reviso la hora y veo que es bastante tarde, son casi las dos y treinta, creo que es hora de llevarla a su cama para que pueda descansar tranquila. Merece estar cómoda y dudo que sea agradable dormir sentada en el sofá con la cabeza apoyada en mi pecho. Me encanta estar así con ella, pero prefiero mil veces su comodidad. No quiero que después se despierte con dolores en el cuerpo por haber dormido mal.

Hago todo el esfuerzo posible para levantarme sin que se despierte. En tan solo un segundo me permito apreciar la belleza que tiene al dormir, sus labios están algo entreabiertos, sus ojos bien cerrados y con algunas marcas de lágrimas secas en sus suaves mejillas. El color rojizo en su nariz, es el toque que la hace tan tierna. Su respiración es tranquila, parece estar durmiendo relajadamente, después de haber llorado tanto.

Creo que estuvo como una hora llorando sin parar. Le preparé un té para que se calmara y se lo tomó entero en unos cuatro sorbos. Se notaba la ansiedad que desprendía su cuerpo, y verla tan tranquila me deja a mí en el mismo estado, tranquilo.

Me encantó la manera en la que se relajó después del té y cuando se acostó en mi pecho. Me dijo que le gustaba que la abrazara, que la hacía sentir mejor. Fue algo agradable de escuchar.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora