Capítulo sesenta y uno

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Brisa

Gastón paga un hotel lujoso y pide que nos traigan una botella de champán. Lo veo meter la llave en la cerradura y abrir la puerta un segundo después. El interior del cuarto es grande, con una cama enorme, una puerta que da al baño y un balcón largo que da a la ciudad.

—Es la primera vez que vengo a un hotel —confieso mirándolo.

—¿Qué?, ¿Liam nunca te ha traído a uno?

—No, porque teníamos nuestro departamento juntos y las navidades nos quedábamos en su casa.

—¿No se te ha hecho un poco vergonzoso que el hombre te viera cuando tuvimos que pagar la habitación?

—¿Por qué la pregunta? —me siento en la cama. Él abre la ventana para que entre un poco de aire. Dejo que el viento llegue hasta mi cuerpo, pero estoy segura de que en un rato le pediré que la cierre porque empezaré a temblar.

Cuando entramos al hotel, el joven y elegante recepcionista nos miró hasta que llegamos al majestuoso mostrador, y pedimos una habitación para pasar la noche. Noté que mis mejillas en su momento se pusieron coloradas, porque sabía que el hombre se estaba imaginando las cosas que iban a pasar entre mi novio y yo.

Tener sexo no es algo del otro mundo, no es algo que se siga considerando como un tabú, pero, aun así, el nerviosismo se coló en mi cuerpo y me hizo poner un poco roja. Además, Gastón es conocido, seguramente el muchacho lo reconoció y hay una probabilidad de que esto salga en los chismes de la tele. O tal vez me preocupé por nada. A veces me pasa. A veces pienso tonterías.

—Porque nunca has venido a uno.

—Un poco —confieso—. ¿A ti no te pone incómodo que te vean entrar aquí?

Se ríe.

—No es la primera vez que vengo a un hotel.

—¡Ah!, ¿no? —sé que no, pero aun así pregunto.

—No, Bri.

—¿Has venido con muchas chicas? —me entra la curiosidad. Y los celos. Pero me muerdo la lengua. Si ha ido a muchos hoteles a acostarse con chicas, no puedo decir nada. Lo pasado es pasado.

—Bri, no creo que esa sea una pregunta que se tenga que hacer ahora —me sonríe y se me acerca. Se inclina hacia mí para darme un beso en los labios, y justamente ese corto beso empieza a generarme calor.

—¿Podemos darnos una ducha caliente?

Me da otro beso, pero en este aprisiona mi labio inferior y lo estira, provocándome un gemido.

—Podemos —me acomoda el pelo—. Podemos hacer todo lo que tú quieras.

Me doy cuenta de que ni siquiera he soltado mi bolso con mis cosas desde que llegué, así que lo dejo sobre el sofá del centro y saco dos toallas, asegurándome después de que no se vean los regalos que tengo para Gastón.

Me meto en el baño con él, quiero deshacerme de toda la ropa que llevo encima, pero Gastón me detiene porque quiere encargarse él mismo. Lo dejo desnudarme, sus ojos sobre mi piel me encienden, prenden mi apetito sexual, ese que he estado intentando mantener desactivado durante todo el rato que estuvimos juntos en la casa de mis padres.

Mi ropa interior de encaje negro cubre mis partes íntimas. Me siento nerviosa por todo esto. Lo hemos hecho varias veces desde que empezamos nuestra relación amorosa, pero quizá me sienta así porque es un lugar nuevo, un lugar que desconozco. No sé.

—Esas bragas te quedan de muerte —me da un beso lento y luego quiere meter su lengua en mi boca, pero no se lo permito para molestarlo.

Su cuerpo queda cerca del mío, su cara se acerca a mi cuello y pienso que me va a dar besos, porque él sabe cuánto me excitan, pero lo único que choca contra mi piel es su respiración caliente. Aun así, las cosquillas emprenden un camino desde mi panza hasta mi clítoris. Sus manos tocan mi espalda, me desprenden el brasier para luego deslizar las tiras por mis brazos y dejarme sin nada que me cubra los pechos. Sin permiso alguno, se inclina un poco hacia abajo y succiona un pezón. Me encanta cuando las cosas se ponen candentes.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora