Su problema está chocando con el mío y no me importa, no pienso en nada y lo único que quiero es que no se aleje y que sea solo mío.

Vuelvo a mi puesto, enciende el motor y abro un poco la ventana tratando de dormir un rato. No es mucho lo que reposo ya que se detiene en un lugar de descanso con habitaciones, duchas y restaurantes. Hace calor y paso vergüenza pidiéndole dinero para una ducha. (No cargo ni una libra)

Ducha que debo tomar con él clavado en la puerta del establecimiento sin importarle la intimidad de las mujeres que entran y salen. El dueño le pide discreción y le saca la placa alegando que es un asunto judicial.

—Mi turno —dice cuando salgo.

—No me voy a plantar a ver hombres con el culo peludo —como es un inseguro me mete a la cabina con él.

—Obvio no —saca un par de esposas de la maleta y me pregunto si también empaco dardos tranquilizantes—. La mano.

—¿Bromeas?

—No —contesta y me toma la muñeca ubicándome en una de las ventanas con rejilla.

—Puedo soltarlas —inquiero.

—Estas no son como las que usaste el día que te volviste loca —me ata—. De hecho, ya las conoces. Estuvieron en tu cama cuando te hice entrar en razón.

«¿Entrar en razón?»

—Trepar un edificio, romper un vidrio con la silla, atacarme y esposarme ¿Se le llama hacerme entrar en razón?

—Bien que te gusto, así que ahórrate la queja.

—Me siento como una perra atada a esta mierda —refuto.

—Pues eres una perra candente y me gusta tu raza —me da un beso en la boca—. Ya vuelvo.

Me las apaño para verme casual, como la chica que espera a su novio mientras se baña.

La gente entra y sale y la palabra novio se queda en mi cabeza ¿Qué diablos somos ese animal y yo? ¿Amigos con derechos?

No. Seremos enemigos, pero amigos jamás.

Vuelve con el cabello húmedo, lentes oscuros y la chaqueta en la mano. Suelta las esposas metiéndoselas en el bolsillo, se engancha la mochila y posa el brazo sobre mi cuello llevándome con él.

Me percato de las miradas que se lleva, sé que existen mujeres lesbianas y personas con parejas, pero Christopher es imposible de persuadir primeramente por la altura que se carga. Ese metro noventa con vaqueros ceñidos, botas y playera negra. Carga las placas que se usan en el ejército dando a entender que es un militar. No se sabe de qué ejército, ni con que rango, pero militar al fin, con placas que dudo que sean de acero.

El restaurante es un establecimiento estilo rancho con un gran número de mesas. Hay que pedir en la barra y como si fuera una niña me manda a sentar advirtiendo que no me ande con jugarretas.

Busco una mesa y la del grupo de amigas que está a mi derecha empieza a cuchichear cuando me siento. Surgen las inseguridades y procuro que no me afecte, (Soy consciente de que no me veo bien) No hay mucha gente haciendo fila y no disimulan a la hora de mirar a Christopher.

Empiezan las risitas, el coqueteo animándose entre sí y una de ellas se levanta haciendo la fila detrás del coronel mientras sus amigas levantan los pulgares. Los celos no se hacen esperar y respiro hondo fingiendo que no pasa nada.

La chica le pregunta no sé qué y él contesta sin mirarla ¡Puta! Ordena, toma asiento a mi lado y se concentra en el periódico que tomo de la barra mientras el grupo de mujeres no deja de mirarlo. Me dan ganas de plantarle un beso en la boca, pero no quiero avergonzarlo viéndome tan descompuesta. Como ya lo dije luzco como si me acabaran de desenterrar.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Where stories live. Discover now