Se mete dos píldoras mientras recaigo en aquel sofá de terciopelo. Miro mi entorno captando de nuevo que esto no era lo que quería, ser una dependiente una prisionera.

La gente se corta y de la nada quiero sentir también dicha sensación. Quiero infligirme dolor para apaciguar esta absurda necesidad. Quiero una bala en mi pecho, lanzarme al abismo, abrir mi garganta.

Tomo una de las cuchillas y la paso por mi piel, la sangre emana y hago otro corte más grande dejando que el líquido caliente libere toda esta represión. Atino a la muñeca, pero alguien me arrebata la cuchilla «Dios déjame morir»

Tengo rabia con la maldita sociedad por parir bastardos infelices y no darme el cuento que me vendieron. ¿Dónde está mi novela? Aquella donde el malo se vuelve bueno, donde la chica no sufre, donde la consienten, miman y el mundo conspira a su favor dándole felicidad.

¿Dónde está el mafioso que cambia? ¿La bestia que se convierte en príncipe? ¿En qué parte de esta maldita historia aparece el protagonista? ¿Cuándo dejaré de andar entre monstruos? ¿O en qué momento el malo cambiará por mí?

Me rio de mi propio monólogo. La vida real es diferente, la mujer de un puto criminal no tiene paz, porque tarde o temprano te tocará vivir y ser partícipe del pago de sus deudas. Ese puto cuento donde todo es felicidad es falso porque estos malditos están en guerra todo el tiempo. Todo el mundo quiere lo mismo, el universo conspira acabando contigo en el proceso.

Dejo caer la cabeza en el brazo del sofá cuando me llega el pálpito de las alucinaciones, esos jodidos momentos cargados de esquizofrenia donde surgen los miedos. La sangre me sigue emanando del brazo mientras aprieto el cojín que tengo al lado.

Aprieto los ojos cuando mi mente me muestra a Harry cubierto de barro con los ojos llenos de gusanos, apestando y con sus filosas uñas arañando el vidrio de mi ventana. Veo a Antoni sacándome el corazón mientras el órgano palpita en su mano, chorreando sangre todavía.

Veo a mi familia muerta, a mis compañeros teniéndome asco, los veo pulcros e ilustres mientras yo soy una maldita drogadicta con la carne pegada a los huesos.

Maloliente, andrajosa. Soy una mula estéril, una bola de estiércol que en vez de nariz tiene una aspiradora que solo absorbe cocaína. Me señalan, me escupen, se burlan. Mi belleza se pudre, Christopher se aleja, vuelvo a ser exiliada y andar entre pasillos oscuros y vacíos.

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El sudor me recorre la frente acostada en la cama que huele a marihuana, me muevo y siento el peso de Daniel al otro lado.
Mis venas no resisten una inyección más, me arden las fosas nasales de tanto inhalar cocaína y mis pulmones pesan por el humo del cigarro.

Hay un grupo de hombres jugando cartas en un rincón de la habitación luces traspasan el cristal de la alcoba, logro incorporarme y giro la cabeza pesada percatándome del espectáculo de afuera.

«Angela»

Reconozco los tatuajes pese a traer la cara cubierta con una máscara. Cuelga sobre un arnés dando un espectáculo no sé de qué; pero no se ve bien suspendida a tantos metros.

Planto los tacones en el suelo levantándome con cuidado, el piso se mueve y doy un traspiés tratando de volver a la cama. No me están dando receso y estoy demasiado abrumada.

«Necesito aire»

—¡Daniel! —lo sacudo, pero no hay respuesta— Oye...

Vuelvo a moverlo y lo siento frío, ni siquiera tiene color en la cara.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Where stories live. Discover now