Capítulo cincuenta y dos

12.9K 1K 1.2K
                                    

Gastón

Me despierto cerca de las cinco de la mañana con mucha sed. Mi mano descansa en el cabello lacio de Brisa y me encanta. Es aliviador tenerla recostada sobre mi pecho, con su brazo rodeando mi cintura con fuerza y con sus ojos cerrados, sumida en un profundo sueño. Todavía siento un poco de miedo de que se arrepienta y quiera que terminemos, temo que luego no pueda soportar el que tenga un hijo de otra, pero por lo menos, hoy la tengo a mi lado.

Una parte del peso que estuve cargando en los últimos días se desvaneció, cuando vi que tenía una llamada entrante de ella. En ese momento estaba dormido, había logrado pegar ojo después de haber estado descansando pésimo, y lo admito, cuando escuché que me llamaban, solté una maldición por haber interrumpido mi descanso, pero me retracté cuando vi su nombre en la pantalla. Atendí, y su voz se oyó del otro lado. Al principio pensé que quizá estaba soñando, pero luego entendí que no. Apenas me pidió que viniera a verla, me levanté de un salto de la cama para cambiarme. Era la primera vez en días que la vería. Estaba ansioso.

Me demoré más de lo que esperaba por la fuerte lluvia. No podía conducir rápido para no resbalar y provocar un accidente. Me tentaban las ganas de romper una regla de seguridad, pero habría sido muy estúpido hacerlo. Estacioné, me bajé del auto y me apresuré a meterme en el edificio para no empaparme. Subí hasta su departamento, golpeé, esperé y ella abrió. La vi y la mirada se me iluminó. Miles de cosas pasaron por mi mente en estos días, pensé que esto nos habría separado para siempre, pero estábamos frente a frente otra vez.

Brisa se veía guapa como siempre, a pesar de sus notorias ojeras. Estaba cansada como yo. Necesitábamos dormir. Necesitábamos solucionar las cosas. Nos necesitábamos. Nos abrazamos, nos pedimos perdón, nos besamos y la llevé hasta su cuarto para hacerle el amor apasionadamente. Descargamos malas energías, malos sentimientos y nos centramos en el punto del placer. ¡Fue perfecto!

Planto un beso en su frente, y con cuidado me levanto para que no se despierte. Corro una almohada para que tenga dónde apoyar su cabeza, y me voy hasta la cocina. Me sirvo un vaso de agua fría.

Sofía se cuela en mi mente. Un día después de que Brisa me dejara tuve que llevar a Sofía al hospital porque sentía un dolor raro en el vientre. El doctor dijo que se trata de complicaciones en el embarazo, que ella tiene que hacer reposo porque puede perder al bebé.

Brisa ya lo sabe, se lo dije, pero no le comenté un detalle muy importante, porque no quería arruinar nuestra reconciliación. Sofía no tiene a nadie en la ciudad, su madre está en Nueva York y tiene trabajo allí, no puede venir a quedarse con ella. Cuando estábamos en el hospital, me suplicó quedarse a vivir conmigo, al menos por un tiempo, hasta que el riesgo de pérdida disminuyera.

No me siento muy cómodo con la idea, pero ella tiene un niño mío ahí dentro, no quiero que le pase nada por más sorpresiva que haya sido la noticia de la llegada de un bebé. Le dije que podía pagarle un departamento cómodo, que podía contratar a alguien para que la cuide, para que la ayude todo el tiempo, pero ella se rehusó, no quiere que ningún desconocido o desconocida la cuide. Además, yo tampoco. Yo también soy responsable de esto, así que me tengo que ocupar.

—¿Qué haces? Vuelve a la cama conmigo, por favor —me pide Brisa, con la mirada cansada y mi remera cubriendo su cuerpo. Se la acaba de poner. Lo sé porque ella hace un momento dormía desnuda.

—Solo vine por un vaso de agua —me acerco. Le doy un beso en la coronilla.

—Vamos a la cama —me toma de la mano y me encamina hacia la habitación.

Nos acostamos y ella me pide con sus manos que la abrace fuerte. Me encanta que haga eso. Me encanta porque sé que le gustan mis brazos rodeando su cintura. La hace sentir protegida.

Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora