Capítulo Treinta y ocho

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¿Listas?

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¿Listas?

Clavé la vista en Manu que leía con concentración las indicaciones de la prueba. Su rostro mantenía una expresión de serenidad que yo necesitaba en aquel instante en el que sentía las manos sudorosas y el corazón latiéndome con una fuerza impresionante. Desplacé la mirada hasta la ventana sin terminar de aceptar que la prueba era mía, que aquel resultado reflejado estaba cambiando mi existencia.

—Pero deja de morderte las uñas, que me pones más nervioso.

—Eso significa positivo —dije con la voz entrecortada. Me senté al sentir las piernas débiles y el departamento dando vueltas.

—No.

—¡Hay dos malditas rayas!

—Ninguna de las dos claras —me mostró un dibujo en el papel que sostenía, que no pude verlo bien a causa de las lágrimas que se acumularon en mis ojos en cuestión de segundos—. Si ninguna de las dos está clara la prueba falló, tendrías que hacerte otra —explicó manteniendo la calma.

Solté un largo suspiro mientras Manu se ponía de pie para dirigirse a la cocina. El miedo que se adueñó de mí no me permitía ni moverme, tomé la prueba para comprobar que los colores no hubieran cambiado. Noté que mis manos temblaban al igual que mi voz cuando susurré el nombre de mi amigo.

—Toma agua por favor, te ves mortificada.

—Lo estoy —respondí aceptando el vaso que extendía hacia mí— ¿Por qué diablos solo compraste una prueba?

—Porque estaba nervioso, ya te expliqué, Valentina. Tal vez estamos exagerando —agregó segundos después. Ladeó el rostro para verme a la cara, tomó mi mano con una sonrisa falsa cuando mis ojos se quedaron fijos en los suyos—. Dos días de retraso no son nada.

—Quiero creer eso, pero siento algo aquí —respondí tocando mi pecho.

—Bueno, preocúpate cuando sientas algo aquí —puso una mano sobre mi estómago haciéndome reír—. Si estás embarazada tampoco es como para morirse, me das al bebé en adopción, su tío y yo lo criamos juntos.

Quería reír ante sus comentarios, pero la preocupación le ganaba terreno a su grandioso sentido del humor. Cerré los ojos por unos segundos deseando retroceder el tiempo, solo de pensar en la posibilidad de estar embarazada sentía mi mundo entero derrumbarse.

—Tengo miedo.

—No temas antes de tiempo, guarda la angustia y los miedos si acaso se confirmara nuestras sospechas.

—¿Qué le voy a decir a Santiago?

—Que van a tener un bebé —respondió divertido—. Si estuvieras embarazada le dices y ya, Santiago es un hombre hecho y derecho, tiene la capacidad para asumir una responsabilidad así, y no hablo solo de la económica. Santi es responsable y maduro, se hace cargo de su hermana, bien podrá con un hijo. En caso de que no quieres quedarte con el bebé, en serio puedes darlo en adopción. Sebas y yo seremos excelentes papás.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora