Capítulo Treinta y tres

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El departamento de Santiago era el epítome del orden

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El departamento de Santiago era el epítome del orden. No había algo fuera de su sitio y relucía de limpio. Por ello me sentí intimidada al cruzar la puerta con un bolso lleno de mis cosas en la mano izquierda y el transportador de Polly en la derecha. Aquella sensación empeoró cuando lancé a la mesa las llaves que Santi me entregó varios días atrás, y estas, tiraron al suelo un portarretrato y una figura decorativa de cristal. Mientras ponía a la gata sobre el piso, me pregunté si mi novio tenía claro en lo que se estaba metiendo al invitarme a pasar el fin de semana entero con él. Tenía la ligera sospecha de que cuando dijo: «Deberíamos quedarnos juntos el fin de semana, trae a Polly contigo», no contempló el desastre que dejaríamos a nuestro paso.

Respiré hondo para dejar ir los repentinos nervios que me invadieron y me centré en mi Polly quién recorría con desconfianza aquel lugar que era nuevo para ella. De alguna manera, me abrumaba el poco control que tenía en torno a mi relación con Santiago. Era normal encontrarme nerviosa al sentirme sumida en aquel vínculo que parecía fortalecerse día a día, hallarme en su departamento con mi gata era prueba de ello.

—Polly, baja de ahí —le indiqué al verla sobre la barra de la cocina—. Debes comportarte, estás en casa de tu papá, no en la nuestra.

La gata decidió ignorarme como de costumbre y entonces opté por darme por vencida. En lugar de continuar dándole ordenes llevé mi bolsa de viaje hasta el cuarto de Santi y me senté sobre la cama, para relajarme un momento antes de continuar con mi rutina. Desde nuestro paseo en bicicleta y la conversación honesta que tuvimos en el círculo de confianza, las cosas con Santi se sentían más íntimas; por ello me preocupaba la cita de trabajo que estábamos a punto de tener.

Volví a respirar hondo, reteniendo el aire por más tiempo de lo normal en mis pulmones y luego me puse de pie lentamente. Me encontraba dispuesta a marcharme cuando recordé el portarretrato que guardé en mi bolso, lo puse sobre el buró contemplando nuestras sonrisas en la fotografía. A Santi le gustó tanto la imagen que coloqué en mi tocador, que prometí llevar una igual a su espacio. Abrumada por la sensación de pertenencia que me embargó en aquel sitio, cerré la puerta con prisa, puesto como siempre se me había hecho tarde.

Le eché el último vistazo a Polly y abandoné el departamento, para abordar el taxi que me esperaba abajo, el mismo en el que había llegado. En lugar de dirigirme a la editorial como todas las tardes, le pedí al conductor que me llevase al Prime, para resolver un asunto del que solo podía encargarme yo, aunque no me encontrara preparada para hacerlo.

Para mi mala suerte, el tráfico permitió que llegáramos más rápido que de costumbre. Así que solo me llené de valor y bajé del taxi para recorrer el centro comercial en el que encontraría al dueño de la mayoría de mis preocupaciones. Cuando llegué al piso en donde se hallaban las oficinas me detuve en medio del pasillo para responder el mensaje de Manu, quería retrasar mi llegada, aun sabiendo que las tardanzas eran una de las cosas que más molestaba a Santiago. Un cosquilleo se instaló en mi estómago al acercarme a las puertas. Tratar los asuntos que conllevaba la publicación del libro me aterraba, después del problema que habíamos tenido por lo del concurso, había evitado hablar acerca de el con Santiago.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora