Capítulo Treinta y Siete

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Si sos Argentina o le vas Argentina

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Si sos Argentina o le vas Argentina. ¡Felicidades! 

Ahora, si, les dejo un nuevo capítulo, me lo votan y lo comentan, por fis. 

—¿Tienes frío? —Santi rompió aquel silencio triste en el que estábamos sumergidos. Negué sin levantar la cabeza de su pecho, el cansancio emocional me mantenía inmóvil—. Estás helada por eso lo pregunto.

—No quiero hablar —dije en un tono apenas audible, escondí el rostro en su cuello, y cerré los ojos al mismo tiempo que absorbía su olor que iba a extrañar tanto.

Era tan contradictorio lo que sentía al estar entre sus brazos, no quería irme, aunque tenía la necesidad de hacerlo, moría por escuchar un te quiero de sus labios, pero estaba convencida que lo iba a odiar si lo decía. La confusión que habitaba en mí era tan grande como el dolor que me habían provocado él y mi hermana.

Soltó un largo suspiro a la vez que frotaba mis brazos, sentía adormecido la mitad del cuerpo por la posición en la que estábamos, pero me resultó imposible moverme. Estaba siendo masoquista al ceder a ese deseo irracional de sentirlo cerca. Clavé la vista en la puerta de la terraza abierta, el cielo relampagueaba mientras el aire helado se colaba dentro de todo el departamento. El sonido estruendoso de un trueno provocó que Santiago se removiera, intenté levantarme, pero sus brazos me sujetaron usando mucha fuerza.

—Todas las notas de mi agenda están llenas de cosas que he escrito para ti desde que te conocí. No quiero que te vayas de aquí, sin leerlas.

—Creo que me iré ya mismo —recogí toda mi fuerza voluntad para romper aquel contacto sin sentido. Aparté sus manos cuando quise sujetarme notando como las expresiones de su rostro cambiaba.

—No, no te vayas, dijiste que te quedarías esta noche.

—También dije que no quería hablar. No quiero que intentes convencerme de nada, mi decisión está tomada. ¿No entiendes que esto es doloroso para mí? Quiero creerte, pero no puedo, quiero perdonar tu silencio, sin embargo, tampoco me resulta posible.

—Lo único que estoy intentando es que, aunque esto acabe, no haya duda alguna de lo que fue. No quiero que se distorsione la naturaleza de nuestra relación, fue sincero lo que surgió entre los dos. No pongas en duda eso.

—Ese es el problema, dudo de todo lo nuestro, no sé si te acercaste a mí por ser hermana de ella, o porque de verdad te interesé yo, y ni mil páginas llenas de palabras bonitas van a acabar con mi desconfianza. No quiero leer nada, Santiago.

—¿Qué hago, Valentina? ¿Qué tengo que hacer para qué...?

—Esto no tiene arreglo —lo interrumpí—. Pensé que ya te había quedado claro.

Negó permitiendo que pusiera un poco de distancia, distancia que en ese momento sentía necesaria. Me senté en otro sillón solo observando cómo se ponía de pie, caminó de un lado a otro en un pequeño espacio mostrándose contrariado.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora