Capítulo Treinta y Seis

29.9K 3.3K 1.9K
                                    


Perdón por la demora

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Perdón por la demora. 

Hice acopio de mi fuerza de voluntad para poder sentarme frente a ella, aunque luché por mostrarme indiferente sentía que temblaba por dentro, tenía miedo de escuchar lo que estaba a punto de salir de su boca, me atemorizaba que todo lo que dijera resultara siendo cierto.

—Quita esa cara, Valentina, te estoy haciendo un favor deja de verme como si quisieras golpearme.

—Quiero hacerlo, lo único que me lo impide es el bebé que esperas. En otras circunstancias no pudiera contenerme.

Cerré los ojos por largos segundos mientras trataba de controlar mi respiración, necesitaba manejar mis emociones que estaban a nada de desbordarse, quería verme fuerte, aunque estuviera rota por dentro.

—¿Te contó cómo nos conocimos? —preguntó en un tono más conciliador, negué puesto quería escuchar que tenía por decirme—. Gané una beca, no debes de recordarlo porque en ese tiempo estabas demasiado ocupada repitiendo un año escolar por tus pésimas calificaciones. En ese colegio conocí a Sebastián Sada, fue la primera persona que se acercó a mí, todos me miraban raro, era la que llegaba en un auto convencional y no en esas máquinas impresionantes en las que llegaban ellos, yo no tenía membresía al club donde iban y tampoco esos viajes asombrosos.

—¿Y si dejas tu papel de víctima y me cuentas lo que me interesa escuchar?

—Quiero que entiendas como se dieron las cosas —respondió altanera—. Me encantó Sebastián, me esmeré por amoldarme a él, y a sus gustos. Me ayudó a convertirme en alguien dentro de ese círculo, pero resultó gay, lo descubrí abrazado de un tipo de otro salón, no haberle dicho a nadie me hizo ganarme su confianza, y así me convertí en una de sus grandes amigas. Frecuentaba su casa, esa impresionante casa —sonrió de forma extraña—. En una fiesta nos presentó a su hermano mayor, Santiago Alejandro, confieso que me gustó, tenía un no sé qué, que lo hacía interesante, era calladito y tenía una manera de verte que... No puedo describirlo, le faltaba un poco más de masa muscular para haberme encantado por completo y

—¡Vanessa! —dije en voz alta, harta de escucharla divagar.

—Comenzamos a salir y en la segunda cita descubrí que el tipo era un raro. Estaba traumado, Valentina, tenía una crisis familiar muy fuerte que lo dejó más retraído, idiota... extraño, ese tipo es extraño —agregó—. Me aburría, pero nos fuimos acercando, recuerdo que tenía un auto rojo descapotado en el que llegaba por mí a la escuela —se sonreía mientras me hablaba—, no te imaginas como me miraban todas, porque Santiago era un universitario, seguro pensaban que me la pasaba genial, pero la realidad era otra, solo me buscaba para hablar de sus problemas y yo no tenía ganas de escuchar lo mucho que le dolía lo que estaba viviendo.

—Eres la persona más cruel que conozco. Papá se muriera si te escuchara hablar así.

—Tal vez sí —respondió encogiendo los hombros—, en fin, cuando me hartó lo dejé de ver y fue cuando todo se puso más denso, comenzó a buscarme, a rogarme, me escribió una carta declarándome su amor ¿No es tierno?

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora