Capítulo Trece

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El maldito papel estaba atorado en la impresora

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El maldito papel estaba atorado en la impresora. Me incliné sobre el piso buscando el cable para desconectarla, puesto tenía la teoría que todo se arreglaba de la misma forma, con un reinicio.

—Valentina, aquí están los datos que me pediste.

Me sobresalté al escuchar la voz de Laura, el respingo que dio mi cuerpo dejó como consecuencia que me golpeara la cabeza con el escritorio. Mi primer día de vuelta al trabajo estaba siendo una mierda sin expectativa a mejorar.

—¿Qué hacías ahí? —preguntó con un tono chistoso— ¿Te lastimaste?

—Un poco —mentí, seguro tenía un chichón—, la impresora me está dando problemas, y debo... Necesito cinco minutos —me senté para calmar el mareo que dejó el golpe, cerré los ojos, pero pude escuchar los pasos de Laura acercándose a mí con prisa.

—Valen, estás helada.

—Me siento mal, no he desayunado debe ser eso. ¡Odio despertar temprano!

—Pero si llegaste a las diez —dijo sonriendo.

—Para mí eso es temprano.

—Te traeré algo de comer de la cafetería de abajo, después me encargo de la impresora, necesito que descanses un poco tienes una tarde pesada.

—Eres un ángel.

Me sonrió con amplitud negando mientras salía de mi minúscula oficina, en realidad sí era como una especie de ángel para mí, no podía con nada sola, menos ese día. Siempre me costó trabajo retomar la rutina, mi cuerpo se acostumbra con facilidad al descanso sacarme de ese estado vacacional estaba resultando demasiado complicado.

—Licenciada Rincón —dijo irónica Anita, desde la puerta de mi oficina—, el señor Rodrigo me pidió que le avisara de la reunión que tendrán hoy a las tres. Todos esperan ansiosos los detalles del lanzamiento.

Levanté el pulgar con una sonrisa más falsa que su color de pelo, no tenía energías ni para responderle, ni siquiera esperé a que saliera. Cerré los ojos y me recargué sobre la silla esperando que mi malestar cesara.

Afortunadamente había trabajado en todos los detalles del lanzamiento con anticipación, eso me daba solo un respiro, aún me faltaban concretar algunos puntos que se sentían como piedras sobre mis hombros.

Evité pensar en todo lo que venía, no solo era el lanzamiento del libro en unos días, aún faltaban tres más y por supuesto presentar mis nuevas propuestas de publicación, además mi descanso de las clases se acaba en una semana. Todo pintaba para mal, por eso dejar de pensar en mis responsabilidades era mi mejor opción.

—Un café y un delicioso sándwich —miré a Laura entrando con la bolsa de la cafetería en las manos, se veía tan tranquila, hasta contenta por volver al trabajo.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora