Capítulo Veinticinco

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Siete años de mala suerte para el que no comente este capítulo 😎

Lentamente deslicé mis manos sobre sus brazos, imitando el ritmo suave, en el que él movía sus caderas en medio de mis piernas

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Lentamente deslicé mis manos sobre sus brazos, imitando el ritmo suave, en el que él movía sus caderas en medio de mis piernas. La lámpara sobre la mesa de noche iluminaba parcialmente mi habitación, permitiéndome ver su cara con claridad. Mis dedos hicieron presión sobre sus bíceps cuando me penetró con más profundidad. Un gemido que no pude contener escapó débilmente de mis labios, a la vez que cerraba los ojos, perdida en el delicioso placer que me recorría el cuerpo entero.

El sonido de nuestras respiraciones inconstantes hacía eco en mi cabeza, creando más conciencia de lo que estaba viviendo. Aquello se sentía distinto, cada empuje de sus caderas, cada gemido emitido por sus labios, cada caricia suave y contundente, era nuevo para nosotros, percibía una intimidad entre ambos que no habíamos experimentado hasta esa noche.

Nuestros labios se rozaban con cada movimiento, en un beso lento, pero hambriento.

A pesar de estar sumergida en tantas emociones conservaba un mínimo control, que me permitía disfrutar más de la fricción de nuestros cuerpos. El deleite reflejado en el rostro de Santiago aumentaba la dosis de placer que estaba recibiendo, mantenía el control en aquellas estocadas profundas y acompasadas que acababan lentamente conmigo.

Estaba disfrutando de todo tanto como yo, podía sentirlo en cada parte de mi cuerpo, sobre todo cuando cambió el ritmo en el que se movía entre mis piernas, arrastrándome a un estado donde respirar se volvió difícil. Acaricié su espalda con suavidad grabándome en la cabeza cada gesto reflejado en su rostro. Me gustaba ver como tensaba la mandíbula y cerraba los ojos mientras gemía sobre mis labios, la sola imagen de Santi excitado intensifica la satisfacción que me hallaba experimentando.

El sexo con él siempre fue así, nos comunicábamos fácilmente, los sonidos, las miradas y el intercambio de breves palabras hacían que las cosas fluyeran a favor de ambos en cada encuentro. Era complejo y simple a la vez lograr ese tipo de conexión que sobrepasaba cualquier expectativa.

Entrelazamos nuestras manos con fuerza, cuando todo se volvió más frenético, cuando de su boca comenzaron a salir frases subidas de tonas que incrementaban el fuego en el que ardíamos. Estaba segura que le gustaba decirme lo apretada que era, lo delicioso que se sentía hacérmelo, o lo mucho que le gustaba que lo tocara, solo para ver mis mejillas sonrojadas.

Mordisqueé suavemente uno de sus hombros mientras me aferraba a sus brazos. La sensación de caída al vacío era cada vez más perceptible, hasta que me dejé llevar por aquel desenfreno que derrochaba en cada movimiento, hasta consumirnos a la vez en ese fuego que emanábamos juntos.

Su respiración chocaba en mi cuello con celeridad, aún respirando con dificultad sostuve su rostro entre mis manos, ofreciéndole mimos sobre sus mejillas. El deseo de besarlo me llevó a buscar sus labios, rocé su boca deseando transmitirle la calma que me recorría, a pesar de la agitación del momento. Dejé de pensar en los pros y los contras de que lo que sentía por él siguiera creciendo, lo besé despacio, como me apetecía, envolviéndolo con mis brazos en ese naciente cariño que fluía.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora