Capítulo Dos

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Eran las nueve treinta cuando por fin le hice caso a mi despertador

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Eran las nueve treinta cuando por fin le hice caso a mi despertador. Me senté sobre la cama sobresaltada al ver la hora. Se suponía que, debía estar en la editorial a las nueve de la mañana. En teoría estaba atrasadísima, en la práctica, no era para tanto.

La noche anterior me fui a la cama tardísimo, gracias a la búsqueda de talento que Manu me sugirió. Así que mi tardanza estaba más que justificada. Intenté no tardarme de más en la ducha para poder salir en cuanto antes de mi departamento.

Ajustaba los auriculares a mis orejas mientras caminaba por el pasillo cuando me topé a Manu.

—Pensé que hoy empezabas.

—Hoy lo hago, voy para allá. —Miró el reloj en su muñeca y negó viéndome con desaprobación—. Me quedé trabajando hasta tarde, tengo derecho de tomarme unos cuantos minutos —me justifiqué, deteniéndome frente a las puertas del ascensor.

—Es tu primer día, Valen, no tienes derecho a tomarte nada de minutos.

—Manu, debes relajarte.

Siempre tuve la impresión que la mayoría de las personas exageraban en cuanto a los horarios y obligaciones. Yo me movía a mi ritmo y aunque casi nunca las cosas salían bien, al menos no vivía en el constante estrés. Me sentí observada, ya dentro de la caja metálica Manu no dejaba de verme de una forma que no supe interpretar. Si quería coquetear conmigo estaba perdiendo el tiempo, no me encontraba interesada en engancharme con nadie, menos con él por ser mi vecino.

Y no es que no me pareciera algo atractivo, pero no era lo que se podía considerar mi tipo. Manu era un sujeto serio, de esos que parecen tomarse todo muy a pecho. A los quince años aprendí que intentar profundizar más allá con un hombre no siempre es bueno. Las mujeres comúnmente nos enamoramos rápido complicándonos la vida con facilidad, y yo ya tenía demasiados problemas para sumar uno más.

Así que aprendí a manejarme con cuidado en ese aspecto de mi vida, generalmente solo me involucraba con tipos que estaban en mí misma sintonía. Una cita de vez en cuando, una noche en su cama, otra noche en la mía, nada que conllevara a un compromiso más allá del que yo podía asumir.

—¿Quieres que te acerque a la editorial?

Fijé mi vista en el casco que cargaba en la mano, por un segundo no supe que decir. Tenía miedo a las motocicletas, nunca subí en una, pero, por otra parte, mis pies no iban a soportar caminar de nuevo tantas calles, y lo del taxi era un lujo que no podía darme.

—¿Has tenido algún accidente? No tengo seguro médico —dije cuando salimos del elevador

—Vamos, niña bonita —respondió sonriendo, con su mano sobre mi cintura me guio hasta el estacionamiento donde estaba su motocicleta. Lo vi entrecerrando los ojos cuando me alcanzó un casco.

—Si me pasa algo tendrás que hacerte cargo de todos mis gastos médicos.

No sé en qué pensaba cuando subí al asiento, entrelacé las manos en su abdomen en un intento de sentirme más segura. La risa divertida de Manu se escuchó solo por segundos, el ruido del motor bloqueo cualquier otro. El tipo era amable conmigo, me sonreía mucho y pensando mejor las cosas, parecía que casi siempre esperaba por mí en los pasillos. Por ello creer que gustaba de mí fue tan fácil.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora