Capítulo Veintisiete

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—Espera un segundo —repitió con un tono de voz extraño

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—Espera un segundo —repitió con un tono de voz extraño.

—¿Qué voy a esperar? Quiero irme de una vez.

—¡Valen! —gritó cuando subí el primer escalón que me llevaba a la entrada principal.

Me detuve al ver a Eduardo, el novio de mi hermana. Lo encontré en el umbral de la puerta, un poco sorprendido por mi presencia. Se recompuso de inmediato para ofrecerme un abrazo a manera de saludo.

—Estaba a punto de entrar, necesito que Vane mueva su auto, lo dejó justo ahí —apunté, miré a Santi cuando volteé, nos observaba fijamente con las manos escondidas en los bolsillos.

—¿Por qué te vas tan pronto? Nosotros apenas estamos llegando.

—Tengo todo el día en este lugar. Mi madre ya me cansó... ¿Puedes mover el auto?

—Claro —respondió amable.

Se adelantó encaminándose hacia el auto, estiró la mano cuando estuvo frente a Santi quién aceptó el gesto de inmediato, se saludaron de manera cordial antes de que me acercara a ambos. En cuanto Eduardo despejó el camino, Santiago encendió el auto para luego hacerme un gesto invitándome a subier.

—¿Cuál es la prisa? —pregunté mientras me ponía el cinturón, Santi suspiró a la vez que aceleraba el auto. —¿Santiago?

—Sí, dime.

—¿Por qué estás conduciendo rápido?

—No me había dado cuenta que íbamos rápido, me distraes demasiado —agregó, con ese tonito que formaba parte de sus encantos.

Negué sonriendo, sin creerle del todo lo que decía mientras le escribía un mensaje a mamá despidiéndome, redujo la velocidad y suspiró de nuevo fijando su vista en mí. Aquella mirada que no duró más de un par de segundos me dejó una sensación extraña en la piel, un acongojamiento que no entendía de donde provenía, pero que hasta causo me causó escalofríos. Desvié la vista hacia el camino esforzándome por ignorar mi intuición, que parecía gritarme algo que me negaba a escuchar.

—¿Te pasa algo? —preguntó mientras giraba despacio en una curva.

—Conduce con extremo cuidado, siento algo extraño en el pecho. No sé cómo explicarlo— respondí nerviosa—. No me mires de esa forma ¿No crees en los presentimientos?

—Nunca he tenido uno.

—Yo sí, muy frecuentemente y casi siempre acierto, de repente tengo miedo que pasé algo malo, o más bien siento que puede pasar algo malo.

—Nunca he tenido un accidente, seré muy precavido, no te preocupes —aseguró con la vista en el camino.

Recorrimos unos cuantos kilómetros en silencio y una velocidad controlada, de repente Santiago salió de la carretera y detuvo el auto. Se quitó el cinturón ante mi mirada curiosa, para luego abrir el mío y abrazarme sin previo aviso.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora