Capítulo Cinco

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Hacía mucho tiempo no experimentaba tanta adrenalina recorriendo mi cuerpo

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Hacía mucho tiempo no experimentaba tanta adrenalina recorriendo mi cuerpo. Estaba en un estado de alerta constante poco común en mí, menos a esas horas de la mañana. Con las manos intenté sin éxito limpiar la mancha sobre mi pantalón, jamás debí tomar esa taza de café caliente así de rápido, sabía terminaría derramándolo.

—¿Señor, puede darse prisa? —Pedí desesperada, faltaban solo diez minutos y estábamos a mitad de camino.

Había dormido solo cuatro horas, esa mañana desperté antes de las seis. El sol aún no salía cuando entré a ducharme. Santiago Sada logró lo que nadie había conseguido, hacerme despertar temprano para estar a tiempo en esa cita que tanto quería.

Pero ni el sacrificio de abandonar mi cama de madrugada me estaba sirviendo de mucho. El trabajo que me costó conseguir un taxi me retrasó tanto que si lograba llegar cinco minutos después de la hora acordada sería un milagro.

—Más rápido por favor. —Mi tono exigente hizo que el tipo redujera la velocidad para fastidiarme, miré la hora en mi celular, solo tenía siete minutos.

Cuando me dijo la hora de nuestra cita pensé que estaba bromeando ¿A quién diablos se le ocurre citar a alguien a las siete treinta de la mañana? Solo a Santiago Sada. Con la excusa de que era el único momento libre en su agenda justificó la hora que eligió para nuestro encuentro.

El taxi giró de prisa cuando volví a pedirle al conductor que condujera más rápido. El movimiento hizo que me estrellara con la puerta derecha, como si no estuviera teniendo lo suficiente, el golpe en la frente fue la cereza del pastel.

La alarma que programé sonó a las siete treinta en punto, todo mi empeño para llegar a tiempo fue en vano. Tuvieron que pasar diez minutos más para que llegara a la cafetería en la que me esperaban. Bajé lanzando insultos en voz apenas audible, y deseando que Santiago no estuviera aún ahí. Cosa que después de conocer bien a Santiago entendí que era imposible. Nunca, pero nunca, llegaba tarde a algún sitio. Tenía la puntualidad de un inglés y exigía a su entorno ser mínimamente igual de puntual.

La puerta de cristal fue mi primer gran problema. Luché por abrirla jalando hacia afuera, fueron varios intentos antes que una mesera sonriente se acercara para abrirla desde adentro. El maldito letrero de empuje no existía en ese lugar.

No tardé mucho en encontrar a Santiago, el sitio estaba casi vacío. Era lógico que nadie en su sano juicio estuviera en una cafetería a esa hora. Mis pasos ruidosos hicieron que volteara ligeramente la cabeza, al verme levantó el brazo izquierdo apuntándome el reloj, en un gesto que encontré sumamente atractivo. Intenté sonreírle para suavizar la expresión de enfado que tenía en el rostro, pero no logré mi objetivo.

—Señorita Rincón, es de pésima educación hacer esperar tanto tiempo a alguien. —Su voz parecía más ronca esa mañana, me observó de pies a cabeza haciéndome sentir por completo incómoda.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora