Capítulo Nueve

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—Creo que también vamos a necesitar algo de esto

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—Creo que también vamos a necesitar algo de esto. —dijo mi mamá tomando otra lata de quien sabe qué cosa.

Caminaba arrastrando el carro de supermercado atestado de cosas que estaba segura que no iba a necesitar para cocinar, mi humor era el de un perro rabioso y no me molestaba en ocultarlo, le torcía los ojos a quién se me pusiera enfrente, estaba llena de un enojo que iba más allá del desvelo.

No había dormido nada, se apareció en mi departamento a las nueve de la mañana, tocando la puerta como una loca a esas horas de la madrugada. Supuse que quería asegurarse que no escapara de asistir a la cena por noche buena que había organizado, esa señora cuando se proponía algo lo lograba sin importar nada.

—Es la última vez que te pido que cambies esa cara. —Apretaba la mandíbula mientras hablaba, con esa expresión el rostro típicas en las mamás que están a punto de perder la paciencia, hasta cerré los ojos casi sintiendo el pellizco en mi brazo, el que siempre me daba cuando era niña y no me comportaba de manera correcta.

—¿No había nadie más que te acompañara al supermercado? mamá ya no vivo en tu casa, que me obligues a hacer esto es ridículo.

—¡Es navidad! contágiate del espíritu navideño, quería que cocinemos juntas, que compartiéramos.

Al ver sus ojos llenos de ilusión no me atreví a decir nada, opte por sonreír con falsedad sólo para darle gusto, después de todo ella no tenía la culpa de mi estado de ánimo, si nada hubiera ocurrido la noche anterior ni siquiera me hubiera molestado con ella por pararse tras mi puerta a las nueve de la mañana de un Domingo, hasta habría estado bromeando con ella mientras hacíamos las compras.

Pero si había pasado algo, aunque no sabía exactamente qué; mi noche perfecta acabó abruptamente después del beso que me dio Santiago en el umbral de la puerta de mi departamento, lo peor de todo que ni siquiera pensaba en ese beso que cambiaba todo, lo único que ocupaba mi mente era lo que sucedió después.

En la cara de susto de Manuel y en esa expresión de enojo irracional que reflejaba Santiago, en mí misma estando en medio de todo sin tener idea de lo que pasaba, reviví la tensión que sentí en el estómago cuando vi a Manuel salir de mi departamento como alma que se la lleva el diablo, Santiago caminó tras de él, exigiendo que se detuviera dejándome ahí, sola y confundida, recién besada y abandonada a la vez.

Me quedé esperando en el pasillo por más de treinta minutos, cuando comprendí que esos dos no iban a volver entré aún en estado de shock a mi departamento, ninguno de los dos se había molestado en darme alguna explicación. Yo tampoco la pedí, no llamé, ni escribí ningún mensaje, pensé en hacerlo la mañana siguiente cuando estuviera un poco más despejada, sin contar con que mi madre se iba a aparecer, en plena madrugada.

—¿No me dejarás ni ir a mi casa a buscar algo decente que usar en la noche? —La miré esperando a que respondiera, pero no lo hizo, así era Valeria, prefería ignorarme que negarme algo.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora