Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)

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Hola, el capítulo está largo

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Hola, el capítulo está largo. Pónganse cómodas y disfruten, nos leemos el fin de semana de nuevo. Sé que Van a estar ansiosas y por eso estoy nerviosa jajajajajaja. 

Mi vista estaba fija en las velas que iluminaban nuestra mesa, la voz de mamá la escuchaba cada vez más lejana. Me era imposible actuar como si nada hubiese ocurrido, por más que me esforzara por dejar de pensar en las palabras de Saúl, las seguía recordando una y otra vez.

—Valen, la misma ensalada que yo pedí, ¿cierto? —preguntó mi mamá haciéndome notar con un gesto, que el mesero esperaba por mí orden.

—Sí, la ensalada está bien.

Miré de reojo a Santi que leía el menú con el ceño fruncido, habló dirigiéndose al amable joven que nos atendía y anotaba todo sonriente. Noté que mi novio volvió a frotar uno de sus ojos, era la tercera vez que lo hacía en lo que iba de la noche y esa no era una de sus manías.

—¿Estás bien? —pregunté en voz baja, llevé mi mano derecha hasta su mejilla acariciándolo con el pulgar justo detrás de la oreja.

—No me acostumbro a los lentes de contacto, después de tanto tiempo sin usarlos me siento incómodo, pero todo está bien.

Besó el dorso de mi mano para luego tomarla y entrelazarla con la suya, entre tanto, mamá nos hablaba de lo deliciosa que era la comida en el restaurante que ella había escogido, se mostraba tan contenta con nosotros que me sentí mal por estar tan distraída.

Tomé solo un sorbo de la copa de vino y me dediqué a comer mi ensalada que realmente sabía muy bien. Mamá y Santiago se encargaron de animar la cena con sus charlas ligeras y divertidas, Valeria tenía el don de establecer conversaciones fluidas con cualquier persona. La mano de Santiago sobre mi pierna me sobresaltó, lo miré sin obtener su atención, él fingía escuchar a mamá cuando realmente estaba más distraído que yo.

—La boda me tiene tan estresada que no puedo parar de comer —comentó Valeria mientras pellizcaba de mi plato—. Probablemente no me entiendas y has de pensar que estoy loca, las mujeres nos emocionamos con las bodas —dijo viendo a Santi—, en realidad no es la boda, es la operación.

—Mamá, no hables de eso con Santi, por favor —supliqué.

—Valen, deja el prejuicio, es normal que una mujer quiera hacerse uno que otro retoque. Yo tenía los pechos como los de mi hija —dijo apuntándome.

Santi apretó los labios para no reír mientras yo negaba cabizbaja y suspirando avergonzada.

—Mamá, no hables de tus pechos ni de los míos.

—¿Por qué no? Mira que heredaste lo mejor de mí. Así de bonitos como los de Valen eran los míos, pero alimenté a mis dos hijas, los años también han hecho lo suyo.

—Mamá, estás incomodando a Santiago. Él no quiere saber cómo son tus senos, ahora cada vez que mire los míos va a recordar los tuyos.

Santi escupió el vino que tenía en la boca a causa de la risa, le alcancé una servilleta sin dejar de ver a mi mamá, le hacía gestos para que dejara de hablar de ese asunto, pero ella también reía contagiada por la risa de mi novio. Cuando el ataque de risa cesó por parte de los dos, mamá cambió el tema inteligentemente. Santi se esforzaba por incluirme en la charla, se había percatado que algo que me pasaba y eso solo me preocupaba más, no quería decirle nada de la visita de Saúl a la editorial.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora