—Señorita Rincón —me puse alerta tan solo con oír a Gloria, hizo un gesto con la mano señalándome la oficina con una expresión rara en el rostro—. Ya puede pasar, la está esperando.

Asentí poniéndome de pie, tragándome los nervios. Tomé el café que había dejado sobre una pequeña mesa y respiré profundo antes de avanzar.

—Suerte —susurró cuando pasé al lado de su escritorio.

Puse mi mejor sonrisa cuando crucé la puerta, mostrándome tranquila como si no me estuvieran consumiendo los nervios al no saber a qué se debía el enojo de Santiago. Detuve mis pasos cuando levantó la vista y fijó su mirada en mí, quise salir corriendo al reconocer en sus ojos al Santiago Sada que conocí. Al tipo mal encarado, gruñón y elegantemente grosero que me echaba de su oficina con mucha facilidad.

—Hola, te traje un café —dije titubeante al verlo tan callado, me acerqué despacio, estirando el brazo para ofrecerle el vaso que tenía unos minutos cargando.

—Gracias, Valentina, siéntate —apuntó una silla frente al escritorio, no me saludó, no se puso de pie para buscarme y darme un beso como lo hacía siempre.

Se quitó los lentes y los dejó sobre el escritorio antes de darle un sorbo al espresso, soltó un largo suspiro para luego echar la cabeza hacia atrás y apoyarla en su cómoda silla.

—Necesito calmarme antes de hablar —murmuró con los ojos cerrados, mis latidos se aceleraron mucho más ¿Qué había hecho que provocara tanto enojo? Esa pregunta se repetía una y otra vez en mi cabeza—. Ayer recibí esto —dijo mostrándome su Tablet.

La tomé con temor, sin saber exactamente qué pensar, pasaron tantas cosas en mi cabeza, pero ninguna razonable, no entendía que pudo haber recibido para reaccionar así.

—¿Qué es esto? —cuestioné confusa, estaba en la bandeja de entrada de su correo electrónico personal.

—Entra al primer correo —ordenó, al mismo tiempo que pasaba las manos por su cara.

Cerré los ojos al leer el correo del que hablaba, entendí todo de golpe y como siempre no pude disimularlo. Lo leí completo dos veces solo para ganar tiempo y no enfrentar de una vez a Santiago que me miraba sin ocultar el enojo que sentía.

—¿Cómo diablos sucedió esto? Explícame por favor.

—Yo- yo

—Sin titubeos, Valentina, solo habla claro.

Mis nervios aumentaron al verlo ponerse de pie, se acercó a la ventana quitándose el saco en el camino, seguí cada movimiento que hizo hasta detenerse a contemplar la vista.

—¡Te estoy esperando, Valentina! —gritó de repente.

Me quedé muda por largos segundos analizando lo que estaba ocurriendo. Santiago volteó con los brazos cruzados y apretando los labios sin apartar la vista de mí, parecía estar conteniéndose sin poder lograrlo del todo.

—¡Habla! Explícame cómo llegó un escrito mío a un maldito concurso, un escrito que tenías solamente tú... Un concurso organizado por la editorial en la que trabajas.

Negué mordiéndome el labio inferior en un acto reflejo de nervios, noté que mis manos temblaban al dejar la Tablet sobre el escritorio, tomé aire antes de intentar abrir la boca de nuevo, pero el nudo que sentía en el estómago no me dejaba decir nada.

—Yo presenté tu escrito al concurso, llené el formulario y lo envié sin esperar que resultaras ganador, solo pensé que sería buena idea postular el pequeño texto que estaba en mi agenda —acepté sintiéndome muy mal—. Lo lamento, Santiago, no creí que te iba a molestar tanto.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora