Capítulo Veinticinco

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En cuanto se recostó a mi lado busqué sus brazos. Estaba en contra de la invasión del espacio personal no consensuada, siempre prestaba atención a las señales del otro para acercarme sin temor, pero esa noche me acurruqué en Santi sin tener una idea que, si aquello lo molestaba. Se movió un poco y río al notar que me moví a su lado, que mis brazos parecían estar pegados a su cuerpo.

—¿Puedo ir al baño? —preguntó seguido de una risita.

—Sí me llevas contigo sí.

—Está bien vamos, aprendí a sostenerlo solo a los dos años, pero si quieres ayudarme no hay problema.

Se escapó de mis brazos cuando la risa debilitó mi agarre. Aún dando ligeros saltos por las carcajadas lo observé levantarse completamente desnudo de la cama, con su trasero firme y moviéndose con cada paso. Me senté sobre la cama completamente desarreglada al recordar a Polly, había entrado a casa con mis labios pegados a los de Santi, fuimos directo a mi habitación sin reparar en más nada, ni siquiera en la pobre gata que permaneció sola todo el día, y que seguramente moría de hambre.

—Polly —la llamé mientras me ponía la camiseta de Santiago que estaba en el piso—. Polly, ven acá— estaba inclinada buscándola cuando la palma de la mano de Santi impactó con fuerza en mi trasero descubierto.

—Eso dolió —me quejé incorporándome.

—Lo siento, no resistí la tentación.

Lo empujé cuando quiso abrazarme, mientras él insistía en acercarse muerto de risa. El maullido de Polly detuvo nuestro juego, estaba sobre la pequeña barra de la cocina, observándonos sin dejar de maullar.

Santiago se encargó de alimentarla mientras yo arreglaba el desastre que dejamos en mi cama. Mi departamento era tan pequeño, que lo podía observar todo el tiempo, doblaba una de las sábanas limpias con paciencia, observando como él se movía por mi cocina.

Vestido solamente con unos bóxeres gris se desplazaba con toda la confianza del mundo por mi espacio. Sacó del refrigerador el pedazo de pastel que había dejado a medio comer esa mañana, dejó el plato sobre la barra, donde Polly comía tranquilamente. Mis ojos no perdieron un solo movimiento que hacía su cuerpo, tomó un cubierto y comenzó a comer de pie, casi al lado de ella.

—¿No tienes hambre, Valen?

—Muero de hambre —respondí caminando al baño.

—¿Quieres ir a comer?

—¡Sí! Solo me daré un baño, no tardo.

Y no tardé, me duché rápido, ansiosa por la comida. Le pedí una toalla a gritos, pero no respondió, pensé que estaba jugando conmigo, que quería verme salir desnuda y mojada de la ducha para hacer uno de sus comentarios en doble sentido. Me di cuenta de que me había equivocado cuando asomé la cabeza y lo encontré profundamente dormido.

Asumí que el viaje lo había agotado lo suficiente, tuvo que conducir por más de tres horas con un tráfico desagradable. Apagué la luz de mi cuarto y me vestí solo iluminada por la lámpara de noche. Busqué algo de comer en la cocina, intentando no hacer nada de ruido, no quería despertarlo por más que tuviera el impulso de ir y abrazarlo, besarlo y no soltarlo en toda la noche.

Mi timbre sonó cuando lavaba los platos sucios, evitando que el molesto sonido lo despertara, me encaminé a toda prisa a la puerta. Corrí la cadena en la puerta antes de abrir hasta donde esta lo permitía.

—Valen —dijo Manu, un poco extrañado, supuse que porque no abrí del todo—. ¿Es un mal momento?

—Algo así ¿necesitas algo?

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Where stories live. Discover now