Miro a Alex que está junto a su bufete de abogados, me dedica un leve asentimiento en señal de saludo.

—Por aquí —me dice un hombre trajeado.

Subo el escalón del tribunal recibiendo el primer golpe emocional ya que Antoni Mascherano baja de la silla de los acusados sin quitarme los ojos de encima.

La sala enloquece, pero mis oídos solo captan los latidos que emite mi pecho cuando se acerca y mis piernas se niegan a retroceder.

Peligro. No hay otra palabra que describa a Antoni Mascherano, pese a ser una alimaña asquerosa, posee un encanto aterrador. Tiene un atractivo y una elegancia que envuelven de forma angustiante.

Me clavo las uñas en las palmas de las manos y agradezco el que mis piernas se mantengan firmes. No vine hacerme la víctima, ni a que sientan lástima por mí, ni a que crea que todavía tiene poder.

Se inclina dedicándome una reverencia.

—Principessa —sonríe con malicia.

—¡Orden! —grita el juez— Si no acatan las normas la audiencia se aplaza.

No le presto atención, tengo la vista fija en el hombre que me mira como si viniera de otro mundo.

—Señor Antoni, vuelva a su puesto —exige el juez.

No obedece, solo me sigue reparándome detallando las facciones de mi rostro. 

De hecho, no me mira, me venera.

No me muevo, dejo que me evalúe. La muerte de Brandon me mostró la influencia que tengo sobre él. Me haría de todo, pero nunca me mataría.

—Si que sabes aparecer —da un paso adelante.

—No puede hablar con el testigo —se levanta el juez.

—¡Policías! —grita Alex, pero nadie acata la orden.

Ninguno se mueve, los soldados y policías son rostros pálidos presos del miedo.

Los abogados toman el control y Olimpia es quien le hace frente Antoni. Es abogada, pero también es un agente y dudo que haya venido sin un arma.

Me invitan a la silla de los testigos y es inevitable no fijarme en la fila de personas ubicada en los primeros asientos. Luisa, Simón, Laila, Brenda, Alexandra, Bratt, Meredith, Patrick y ...Aparto los ojos antes fijarme en el último.

Tomo asiento, se me expande el campo visual, el corazón se me dispara, pero esta vez no es por Antoni, ni por el público. Es por el individuo que esta un par de metros a mí derecha. Lo siento y huelo desde aquí.

—¡Orden! —vuelve a exigir el juez.

La gente intenta calmarse.

—Señorita James, preséntese ante el tribunal —ordena el juez.

Me levanto planchando las arrugas de mi falda, parece que estuviera dando un concierto ya que las cámaras no dejan de apuntarme.

—Mi nombre es: Rachel James Michel.

Se me acerca un hombre con una biblia.

—¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? ¿No manipular, ni guardar información que pueda ser útil e involucre a terceros?

—Si.

—¿Conoce al acusado? —pregunta el juez

—Si.

—Explique cómo y dónde lo conoció.

Me devuelvo tres años atrás, a la fría noche del casino.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Where stories live. Discover now