Al abandonar el salón, me debatía entre ambas posibilidades. Había dormido poco, la noche anterior me quedé hasta tarde hablando un poco de libros con Manu, si, no es que el bichito de la lectura me hubiera picado aún; el tipo de cosas que escribía Santiago despertó mi interés acerca el tema. El género erótico estaba lejos de ser el favorito de Manu, que optaba más por la fantasía; por ello, no pude indagar tanto como quería.

Sin terminar de tomar una decisión, caminé despacio por los pasillos del recinto. Moría de sueño, la opción de descansar estaba siendo la que llevaba la delantera en la batalla mental que libraba. Bajé los tres escalones que me llevaban hasta el camino hacia el estacionamiento, sin imaginar que a solo pasos me iba a topar con quién menos imaginé.

Aunque se encontraba de espaldas, pude reconocerlo con muchísima facilidad. Mi cuerpo se quedó rígido por la sorpresa que me causó observarlo. Estaba hablando por teléfono, alternando su atención en la conversación telefónica y su reloj, al que parecía no podía dejar de ver. Con todo y mi nerviosismo fui capaz de pensar con claridad para salir bien librada de aquel momento. Busqué un camino alterno para salir sin que se percatara de mi presencia.

No es que no quisiera ver a Santiago, de hecho, tenía dos días esperando su llamada para concretar nuestra nueva cita de lectura. El único motivo por el cual quería huir, era por aquel pequeño detalle que él no conocía y que podía cambiar la imagen que tuviera de mí como profesional.

Sin tener más opción giré sobre mis pies para regresar al edificio. Intenté no hacer ni el más mínimo ruido, subía de nuevo los escalones cuando mi mala suerte se manifestó.

—Valentina. —dijo mi nombre en voz alta, como una afirmación, como si no tuviera duda que la chica que le daba la espalda era yo.

Jamás me vio vestida de la forma en la que lo estaba aquella mañana. Todas las veces en las cuales nos reunimos estaba sobre tacones, con mis atuendos formales, intentando parecer la editora profesional que decía ser. Volteé despacio sintiendo esa estúpida debilidad en las rodillas. Le sonreí como si no pasara nada, como si no estuviera ridículamente avergonzada por lo que estaba a punto de descubrir.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en un tono relajado que no escondió su curiosidad. Me acerqué a él con la misma actitud aparentemente tranquila que demostraba, extendió su mano cuando estuvimos de frente que acepté con cordialidad.

Me observó de pies a cabeza, con una sonrisa en los labios que no se molestaba en ocultar, miró la mochila que colgaba de mi hombro y enarcó una ceja.

—¿Qué haces tú aquí? —Rehuí de su pregunta, negó antes de quitarse los lentes y fijar sus ojos en los míos.

—Tuve una pequeña conferencia con alumnos de economía. El profesor es amigo de una amiga y no pude negarme a la petición —respondió sin romper el contacto visual. —¿Y tú?

—¿Con todo y tu agenda ocupada te diste tiempo de venir?

—Deja de intentar ganar tiempo y dime ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú. —respondí rápido. Como cada vez que estaba nerviosa no pude permanecer quieta, mecí mi cuerpo de un lado a otro, evidenciando la inquietud que me dominaba, cuando creía que las cosas no podían joderse más una voz ronca gritó mi nombre.

—Señorita Rincón. —Cerré los ojos al escuchar la voz de mi profesor, sin terminar de procesar lo que estaba sucediendo, de manera inconsciente bajé la mirada en respuesta a sus pasos que sonaban más cerca. —Salió del salón sin anotarse en la lista, y sin anotarse queda como ausente y lo sabe. —dijo cuando llego a mi lado.

No fui capaz de ver a Santiago, le sonreí al profesor que extendía la lista para mí y la tomé huyendo de la sensación de sus ojos estudiándome. Tras sacar un lapicero de la mochila escribí mi nombre a una velocidad en la que no lo había hecho nunca.

Un desastre llamado Valentina (Ahora gratis)Where stories live. Discover now