IV

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El sonido de las suaves notas del piano era agradable a mis oídos, mis ojos se encontraban cerrados dejándome llevar por el sentimiento y la emoción de cada tecla del piano

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El sonido de las suaves notas del piano era agradable a mis oídos, mis ojos se encontraban cerrados dejándome llevar por el sentimiento y la emoción de cada tecla del piano.

Lizzy lo tocaba con paciencia y elegancia, sus manos se movían y manejaban tan fácil las notas, como si tocar el piano lo pudiera hacer hasta un recién nacido.

Mi madre, su padre, su hermano y yo la observábamos mientras ella tocaba.

Una melodía podía hacer que cosas malas se olvidaran.

Al terminar la melodía mi madre aplaudió al igual que su padre, Lizzy sonrió y después me observo.

— Señorita Jade ¿acaso no le gusto? — preguntó con cierta tristeza al ver que no aplaudí.

Mi madre me miro y regaño con su mirada.

— No, claro que no señorita Lizzy. Sabe perfectamente que amo cada pieza que toca...

— señorita Jade, nunca la he escuchado tocar algún instrumento— dijo el señor Owen —¿Qué instrumento toca?

Yo...

— Jade no toca ningún instrumento, nunca quiso — la respuesta de mi madre me dejo desconcertada.

¿Nunca quise? Lo soñé, suplique y llore cuando era niña, pero ella no lo supo, pues nunca estuvo a mi lado.

Amo la música y siempre quise formar parte de ella, con escucharla no bastaba, sin embargo, la vida jamás me lo permitió.

— ¿En serio? — el niño Arthur se levantó y dijo — miente.

Mi madre quedó sorprendida ante las palabras molestas de Arthur.

— Arthur...— regaño su padre al ver la manera tan fría en la que observaba a mi madre.

— No padre, mi institutriz Jade Stone amaba la música ¿Por qué entonces ella nunca hubiera querido aprender? Cuando amas algo aprendes más de él.

— Mi hermano tiene razón— apoyo la señorita Lizzy.

Fue como si ambos niños pretendieran atacarla y defenderme, mi madre al ver esta actitud salió de la habitación con molestia e indignación, no sin antes verme con reproche.

— Niños, a sus aposentos — demando el señor Owen, ellos asintieron y se retiraron.

No podía verlos, pero escuchaba sus pisadas, mi cabeza estaba hacia abajo y mis manos se encontraba juntas reposando en mi regazo, que momento tan vergonzoso.

El señor Owen se acercó a mí y en un gesto delicado puso sus dedos en mi mentón levantando lentamente mi rostro.

— lamento si mi pregunta la coloco en una situación incómoda... —se disculpó.

Sus palabras chocaron con mis labios mandándome un escalofrío y haciendo que por mis mejillas un leve color rojo apareciera, había salido de una situación amarga para entrar en otra.

La Institutriz de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora