Volví al jardín y continué con el deber que tenía.

Los minutos pasaron y una figura se colocó delante de mí, al levantar la mirada me encontré con el niño Arthur.

— quiero comer y Nani no me escucha— dijo con el ceño fruncido, lo observé confundida y después entendí.

— dejarme terminar de regar estas hortensias y te prepararé lo que quieras.

Él asintió y se sentó en una banca viéndome regar las flores.

— Siempre se ocupa de ella...— habló — la quiere como si fuera su hija y la consiente como a una madre...

— Es porque la considera como su hija, recuerda que fue una de las primeras criadas de esta casa, conoció a tu hermana cuando solo era una cría.

— Lo sé, pero nunca he visto que te traté de esa manera... — seguí sonriendo sin demostrar el dolor que me causaron tales palabras.

— No necesito que me trate con afecto, yo sé que ella me quiere, es mi madre y toda madre ama a su hija.

— Sabes... Tuve un sueño... — agradecí en mi mente ese cambio de tema tan repentino.

— ¿Quieres contármelo? — pregunté curiosa.

Arthur asintió, deje la rociadera de plantas en su lugar, me senté junto a Arthur y lo escuche.

— Soñé que mis dientes se caían y un perro se los comía, me encontraba en una mansión, pero no era esta y tú te encontrabas ahí.

— ¿yo?

— Sí, lucías un vestido blanco... o era rojo, no recuerdo.

— ¿Qué crees que signifique?

Él se quedó pensativo y dijo:

— Que debo dejar de comer mis postres dulces, así mis dientes no se caerán.

— Exacto, ahora levántate para que pueda prepararte lo que te gusta.

Extendí mi mano y él la tomo.

Mientras caminábamos, Arthur miraba sus pies.

Al entrar a la mansión le dije que esperada en sus aposentos, que le llevaría una trozo del pastel que preparo mi madre y que luego se cepillaría los dientes, lo que Arthur menos quería era que su sueño se hiciese realidad.

Al llegar a la cocina ella no se encontraba, serví un trozo del pastel y junto con un vaso con leche subí a los aposentos del niño Arthur.

Al entrar él se encontraba dibujando.

— Ya te traje tu comida, puedes comer...— dije colocando la bandeja frente a él, obedeció y empezó a comer mientras yo observaba sus dibujos.

— ¿Le gustan? — preguntó.

— Claro, tus dibujos son hermosos, creí que eras de los niños que dibujaban monstruos, ogros y todo eso, pero ver que dibujas flores y lindos animales me parece hermoso.

— ¿acaso todo eso existe? — inquirió.

— No, los ogros, hadas, duendes y todas esas criaturas no existen, son cuentos para espantar a niños malos y mal portados. Tú eres un niño bueno y muy inteligente, es por eso que no te contaré esos cuentos.

— Pero a mí me gustan, mi hermana me contaba historias de personas que se alimentaban con sangre y otras que se transformaban en lobos por la luna, incluso de personas que se ocultan debajo de tu cama para luego devorarte — dijo ampliando los ojos.

Sonreí mientras me acercaba a la ventana y cerraba las cortinas, tomé las velas y las encendí.

— la luna es algo tan bello imposible de transformar a una persona en un monstruo...

— ¿y el sol?

— amo el sol, al igual que tú. El sol no puede dañar a las personas, Arthur, solo las personas pueden dañar. Es más peligroso un vivo que un muerto.

Él se quedó en silencio.

— mejor ve y cepilla tus dientes, es hora de dormir. — le dije.

— está bien...

Arthur corrió al baño y se encerró en el, deje la vela en su mesita de noche, acomode su cama y al salir del baño él corrió a la cama y se lanzó dejando que yo lo abrigada con las mantas.

— descansa...— susurré besando su frente.

— Igual usted, señorita Jade...

Al estar cerca de la puerta él me llamo.

— Si su madre no le demuestra su cariño, yo si lo haré...— Sonreí ante aquellas palabras.

— Gracias Arthur...

Apagué la vela y salí de sus aposentos cerrando la puerta.

Mañana era el último día que se escucharía el silencio, cuando hay visitantes en esta casa el ruido abunda al igual que las risotadas de los hombres.

Cruce el pasillo llegando a la habitación de la joven Lizzy, empuje la puerta sin hacer tanto ruido, un pequeño espacio me hizo capaz de ver a mi madre y Lizzy.

— Te encuentras tan preciosa, mi querida Lizzy— dijo mi madre abrazándola.

— Gracias por tus palabras, nani...

— No hay que agradecerte, eres una muchacha ejemplar, sierva de nuestro señor, inteligente y tan inocente, la maldad no te describe.

— A tu hija tampoco...— el rostro de mi madre se descompuso y eso Lizzy lo noto— ¿dije algo malo?

— No, claro que no mi niña. — mi madre puso sus manos sobre su regazo— Solo que la imagen que tienes de mi hija no es la correcta...

— ¿Sigue enamorada de mi padre? — sonreí incomoda, no era un gran secreto lo que sentía por el señor Owen, pero agradecía no ser juzgada por Lizzy y Arthur.

— Si, Jade es una pecadora, lamento traerla a tu casa.

— No nani, no te arrepientas, yo quiero a Jade como una hermana y me gustaría verla feliz con mi padre.

— ¿Pero qué cosas dices? No, no Lizzy, ni pienses en eso, Jade no estará con tu padre nunca...

Las palabras más dolorosas que mis oídos han escuchado, y no por lo que dijo, sino por quien es ella, no habrá dolor más grande que ser juzgada por quien te dio la vida. Me alejé de la puerta y camine a mi habitación, tenía planes de hablar con Lizzy, pero supongo será luego.

Al llegar a mi habitación me coloqué mi ropa de dormir y peine mi cabello mientras me tragaba mis lágrimas, tiempo después mi madre entro a la habitación sin decir nada.

¿Qué podía decir? Su silencio era su desprecio hacia mí.

— duerme, Jade...

— claro, madre... — conteste.

Me levanté mientras retiraba las lágrimas que sin querer habían salido, apagué la vela y volví a mi cama, me removí inquieta queriendo olvidar sus palabras, pero fue imposible porque no estaban solo en mi mente, sino en mi corazón.

Me levanté mientras retiraba las lágrimas que sin querer habían salido, apagué la vela y volví a mi cama, me removí inquieta queriendo olvidar sus palabras, pero fue imposible porque no estaban solo en mi mente, sino en mi corazón

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La Institutriz de DráculaWhere stories live. Discover now