Camine tranquila y al llegar a la biblioteca observe la puerta abierta, con cuidado entre y observe a Arthur junto a su padre.

Mi corazón volvió a golpear mi pecho con fuerza, mis nervios aumentaron tanto que creí poder dejar de respirar en cualquier momento, la sensación que sentía en estos momentos me hacía pensar en el error que cometía, pero no podía dejar de sentirlo, aunque quisiera, y mi pecado era que yo no quería.

— señorita Jade... — el hombre frente a mí se levantó mientras yo inclinaba mi cabeza hacia adelante haciendo una reverencia.

— buenas tardes señor Owen. —salude permaneciendo en la entrada.

— buenas tardes, señorita Jade— respondió. —pase adelante, Arthur la estaba esperando.

Asentí y con la cabeza agachada entre dejando la comida frente a Arthur.

— Disfrútalo, te lo has ganado... — dije, a lo que él sonrió como todos los días y empezó a comer.

— señorita Jade, mi hijo me ha contado lo que ha aprendido, me alegra haberla encontrado y traído como institutriz de mi hijo.

— Gracias por sus palabras, señor Owen... — mi sonrisa era de adentro, no de afuera.

— Bueno.... Me retiro, permiso... —se despidió dándole una ultima sonrisa a su hijo, al saber que estaba fuera de la habitación sentí como volvía a respirar con normalidad.

Un hombre que me deja sin aliento, que desde su primer trato hacia mí me cautivo al igual que su mirada, tan humilde, sincero, amoroso y pasivo. Alguien ejemplar.

— Puedo ver cuanto le cautiva mi padre—dijo el niño Arthur con una gran sonrisa.

— ¿es tan notorio? —pregunte mirándolo, él elevo la mirada y asintió.

— tus ojos lo son, tu actitud fría no demuestra lo que es claro, sin embargo, una mirada dice todo, hasta más de lo que debería.

Una mirada...

Su mirada....

— Come, o tendré que dejarte más ejercicios para que ocupes tu tiempo.

— está bien... — contesto aburrido.

Owen Wodlow, era el hombre dueño de mis pensamientos y mi corazón, un marqués en la ciudad de Ploiesti.

Tome asiento, leía y pasaba cada página degustando el sentimiento y la pasión que los escritores le dedicaban a cada letra. Un escritor, no todos, no solo uno, ellos podían transmitir cada sentir de la letra, cada emoción que sintió en ese momento.

La tarde paso demasiado rápido, tanto que no pude terminar de leer por pensar en cosas que no debería.

La cena llego y mi madre y las demás criadas servían la cena de los dos integrantes de la familia Wodlow.

Cuando las criadas terminaron de servir tomaron asiento, cansadas de un día arduo de trabajo, teníamos que esperar a que la familia Wodlow terminara de cenar para luego poder hacerlo todos los que trabajan para la familia del marqués. Cuando su cena se dio por terminada tuvimos el tiempo para sentarnos y hablar.

— Escuche que vendrán duques —dijo Rose, una de las criadas de la mansión Wodlow.

— Todos son de alto nivel social y vendrán para quedarse aquí por tres días... — tanto murmullo me hartaba al nivel de explotar.

Ese asunto era del señor Owen.

—shhh... —dije y todos posaron su atención en mí—silencio, las cotorras duermen de noche.

El rostro de Rose se descompuso mientras hablaban he insinuaban cosas de mí, y no eran cosas buenas.

No me importaba, mi vida no estaba en la boca de ellas ni de ninguna otra persona.

— Jade, ten un poco de respeto— mi madre me regaño, hice silencio y ellas también callaron.

Al terminar de cenar toda la servidumbre empezó a limpiar para que al despertar no fuera tan costoso la labor.

Subí a los aposentos que compartía con mi madre.

Me coloque mi camisón y me deshice de cada trenza que sujetaba mi cabello, lo peine repetidas veces con el cepillo hasta desenredarlo y que mi cabeza dejase de doler por sujetar mi cabello todo el día.

No era fea, pero tampoco era tan agraciada como la madre de Arthur.

Desde que pise un pie en esta casa mis ojos no se despegaron del señor Owen, eso estaba mal y yo era tan consiente de eso que podría ser considerada una mujer pecadora.

Así me llamaba mi madre, Veronica Cospin, una mujer de cabello rubio y ondulado, su piel era conforme a su edad al igual que toda ella. Le debo tanto a mi madre que será imposible pagarle lo que ha hecho por mí, gracias a ella soy la institutriz del niño Arthur.

Ame y sigo amando a un hombre que estuvo casado y además tuvo dos hijos con su esposa a la cual él tanto amaba.

Aunque ella ya no se encuentra entre los vivos él aún respeta su memoria y eso hace que lo admire más.

El sonido de la puerta abrirse me hizo mirar la puerta.

—hay que dormir Jade. Mañana será aún más agotador que hoy— mi madre se arrodilló frente a la cama mientras juntaba las palmas de su mano y rezar. Éramos católicas y creíamos en Dios

Mientras ella rezaba yo sacaba mi libreta. Fue regalo del señor Wodlow, en cada hoja escribo lo que pasa cada día y como me siento, eso hace que la libreta solo hable de mis sentimientos hacia el señor Owen.

Abrí el cuaderno y coloqué la fecha.

10 de mayo de 1840

Su aroma embriaga todo mi ser de una manera inexplicable, sus ojos color tormenta me envían al cielo con su mirada, sus labios decir mi nombre hacen latir mi corazón haciendo que despierte. Él es y solo él, el hombre que despertara todas mis emociones, su risa me llevara al paraíso y su toque al infierno, lo posible se vuelve imposible y lo malo se vuelve bueno.

— a dormir...

Mi madre se levantó y se acercó a mí dejando su mano en mi hombro. Tome su mano que se encontraba en mi hombro y bese para luego apretarla ligeramente.

— Claro madre... —ella me sonrió cariñosamente y volvió a su cama mientras se recostaba y apagaba la luz de la vela.

Guarde mi cuaderno debajo del colchón de mi cama y sople la vela apagando la llama de fuego.

Volví a mi cama y me recosté cerrando los ojos, viendo el último tono de la luz de la luna.

Volví a mi cama y me recosté cerrando los ojos, viendo el último tono de la luz de la luna

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La Institutriz de DráculaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt