Capítulo LXIV

908 59 35
                                    


—No puedo dejarlo aquí—hablo el padre de Matteo con serenidad.

Le había sorprendido bastante la propuesta que nosotros le planteamos, pidiéndole que no era necesario que se lo llevará. Que nosotros estábamos dispuestos a ayudarlo en su recuperación y trataríamos de que todo fuese lo mejor posible. Sin embargo, la negatividad en aquel hombre era bastante notoria, tanto que nos dio a entender con palabras claras que para él dejarlo aquí no era una opción.

—Pero, señor Pasquarelli, debería pensar más en él que en usted—dijo Gastón, insistiendo para que no se lo llevará—, Tiene que saber que todo esto es difícil para él.

—¿Y usted acaso cree que para mi no lo es?—lo miro con severidad, haciéndome sentir pequeña, aunque no había mucha diferencia de tamaño,—. No olvide jovencito, que ese que está en la habitación es mi hijo, y la mujer que murió era mi mujer. No crea que tiene el derecho de juzgar mis decisiones. Matteo es mi hijo, y yo no pienso dejarlo a su suerte en un país en dónde yo no estaré con él.

—Yo... nosotros podemos ayudarlo a mejorar—dije tan bajo que sentí que solo yo podía escucharme o saber lo que decía—. Aquí estará mejor.

—¿Disculpa? ¿Acaso crees que dos niños podrán cuidar a mi propio hijo, mejor que yo?—me miro y enarcó una ceja—. ¿Acaso crees que es eso posible? ¿Es lo que quieres decirme?

—Yo...

—Nina lo que quiere decir es que Matteo estará mucho más cómodo con nosotros, que con usted.

—Gastón, por favor. ¿Qué estás diciendo?—pregunto, sin dejar de mirarme—. Matteo tiene que estar conmigo. En cuanto me den orden, me lo llevaré conmigo.

—¿Y por qué mejor no le pregunta que quiere él?

—Niña, porque no es una opción. Es mi deber llevármelo.

—Aquí estará mejor.

—¿Así? ¿Qué te hace creer eso?

—Que, un cambio de ciudad y ambiente en este momento no le iría bien. Le afectaría más de lo que usted cree—dije, tomando confianza en mis palabras. Porque si quería que él confiará en nosotros para dejarlo, tenía que mostrar serenidad ante mis palabras. Aunque me estuviera muriendo de miedo por como su mirada escocía mi piel—. Matteo está pasando por un momento fuerte. Y necesita apoyo, mucho más del que usted cree. Matteo está perdiendo las ganas de vivir, y yo no puedo verlo así.

—¿De qué hablas?

—Matteo ha dejado de comer. Y si se lo lleva, se entregará por completo a su suerte.

Negó, divertido.

—Ustedes dos... son solo unos niños.

—Unos niños que conocen a su hijo mucho mejor que usted—dijo Gastón—. Nosotros lo comprendemos. Y sabemos que podemos hacer para ayudarlo.

—Podemos ayudarlo, y luego, cuando este mejor podría ir con usted. Solo si es su deseo.

—¿Ustedes acaso no tienen una vida?—pregunto mirándome.

—Sí. La tengo—dije desafiante—. Pero él también es parte de ella.

—¿Aun desde esa cama?

—Aun desde esa cama—afirme—. Nosotros lo ayudaremos a levantarse de ahí. Solo hay que ser positivos y...

—No puede ser.

—Confié en nosotros, por favor. En realidad queremos a su hijo y queremos ayudarlo a salir de todo esto—rogué desde el fondo de mi corazón—. Es nuestro deber ayudarlo a salir adelante. Se lo he prometido ahí dentro. Y no permitiré que usted me haga desistir de mis promesas.

Me miro de pies a cabeza, asintió y se fue sin decir nada más.



****



Cuando el padre de Matteo acepto nuestras peticiones no supe de que manera asimilarlo. Después de todo sabía que estos cambios en la vida de Matteo no serían fáciles, sin embargo, estaba dispuesta a ayudarlo aunque no me quisiera a su lado y cada que pudiera, me lo hiciera saber. Eso me hacía querer insistir mucho más. Porque quería demostrarle, que a pesar de todo lo que pasaba entre nosotros, mis sentimientos por él eran los mismos. Y que el día que me necesitará, contaría conmigo.

—El padre de Gastón nos ha ofrecido usar su antiguo departamento y creo que es una buena idea—lo mire mientras le pasaba una toalla húmeda por todo su cuerpo, en un vano intento de limpiarlo por no poder bañarlo aun—. Supongo que estaremos mucho más cómodos ahí que en tú casa, o la mía.

No dijo nada. 

Ni siquiera era capaz de mirarme a los ojos. Y eso me mataba.

—Además, está cerca el...

—El hospital—no me dejo terminar—. Ya lo sé.

—Tú padre ha aceptado a que te quedes con nosotros.

—Yo no quiero.

—Matteo...

—No quiero Nina—cerro sus ojos con fuerza—. No quiero que ustedes pierdan su vida por mi.

—¡Que se supone que estás hablando! ¿Acaso te escuchas?—pregunte molesta, levantándome para mirarlo—. ¿Qué te hace creer eso? Nosotros queremos ayudarte. Y no perderemos nada en absoluto por hacerlo.

—Mírame—dijo con rencor—. Mírame. Mira lo que soy ahora mismo. No valgo la pena, no lo valgo.

—Si la vales—susurre.

—No—negó.

—Sí. Lo vales—dije para animarlo. Y porque esa era la realidad. Él valía la pena mucho más de lo que creía en este momento—. Así que, anímate. Todo mejorará y en unos meses estos solo serán recuerdos de un pasado que te ha enseñado tanto. ¿Bien?

Matteo me miro en silencio.

—¿Bien?

Sonrió de lado de una manera débil.

—Bien.

Amor Oculto,  Mattina SLWhere stories live. Discover now