Si eres impaciente, hoy te traigo una noticia: ¡Se acabó el curso! ¡Puedes irte!
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No. Mal chiste de nuevo. En realidad, tengo 2 nuevas. ¿Han visto ese cordón con boyas en las albercas de hoteles y clubes deportivos que separa la parte honda del chapoteadero? Pues la primera novedad es que hoy vamos a levantarlo para meternos en la parte profunda, como los niños grandes que ya saben nadar. Esta será la última lección de sólo rollo. Las próximas entregas —lástima que no sean de un servicio a domicilio—, llevarán mucha práctica; el pepperoni se los debo porque se terminó. La mala noticia es que ahora debo cortar la pizza en más pedazos para que todos alcancen... perdón, ahora los temas se van a extender en varias partes y habrá tarea.
Ay, caray, me falló la cuenta. Es una buena noticia y dos malas. En fin, qué más da. Ya es demasiado tarde para huir.
Bien, a lo que te truje Chencha. La perorata de hoy será sobre la verosimilitud.
Es un poco delicado hablar de ella. Muchos estudiosos de la literatura y el idioma la tratarían más a fondo que un filisteo como yo. Sin embargo, ellos también encararían las mismas dificultades para explicar la paradoja que encierra este concepto. Me explico a continuación.
Para que algo resulte verosímil, debe parecer creíble. No necesitas que sea cierto; basta con que se vea como si fuera verdad. ¿Con eso basta? No. Los detalles que agregues a tu narración y a sus personajes son los que conseguirán ese deseado efecto. En este asuntillo, los diálogos, descripciones y circunstancias que incluyas en tu historia son tus amigos. Imaginemos que me porto buena onda y te compro una novela sobre Gengis Kan en el librero. Pero, en el primer párrafo nos encontramos al conquistador mongol saliendo de su yurta en kimono por la mañana. Si consideramos que el imperio mongol jamás se extendió hasta Japón —mucho menos cuando el buen Gengis aún vivía— entonces, ¡¿de dónde rayos ha sacado el kimono?! ¡Qué horror! El encanto se ha roto porque el autor no se documentó sobre dicho periodo histórico y al editor se le fue vivo ese detallito. Por lo tanto, esta novela ya no es creíble.
Ahora, ¿no habíamos dicho que la verosimilitud es paradójica? Sí, tanto como para acordarme del Doc Emmet Brown sin querer.
Una de mis historias favoritas en todo Wattpad es Sándwich de dragón, obra cumbre del buen amigo MarcSpentish. Me gusta mucho un pasaje en el cual el caballero y el protagonista saltan en pogos por un campo lleno de esqueletos guerreros que se lanzan al ataque ni bien algún pelma cruza por ahí. Claro que nada de esto es real. Pero, ¿es verosímil? ¡Sí! ¡Lo es! Desde luego que nadie aceptará que unos esqueletos se muevan por su propia cuenta sólo porque a ti se te ocurrió. Sin embargo, todo cambia cuando descubrimos que, siglos atrás, el pirata Barbacoa maldijo un camposanto para que los muertos cuidaran su tesoro y nunca regresó a desenterrarlo porque murió en una batalla contra los corsarios del rey Basil I de Soteria, el tatarabuelo de la actual reina. Bueno, así no es como pasa. Marc no ha explicado aún cómo sus esqueletos tienen vida; la maldición de Barbacoa me la inventé para ilustrar la paradoja de la verosimilitud.
Si no fui claro, puedo resumir todo el rollo diciendo que la verosimilitud no tiene que ajustarse a la realidad sino con las reglas definidas por tu historia. Si lo que narras se ajusta a ellas, entonces el lector lo aceptará como verosímil. Volviendo al caso de Sándwich de dragón, me creo lo de los esqueletos porque esta historia se desarrolla en un mundo en el cual existe la magia. Esa es una de las reglas que Marc ha definido.
Con los personajes pasa lo mismo. Sus acciones y forma de hablar (o sea, sus diálogos) deben ser acordes a las personalidades que hemos creado para ellos y otros factores como su edad, educación, estrato social y un largo etcétera. Ya discutiremos la creación de personajes en otra lección.
Estén al pendiente de la próxima entrega. Esto se pone feo.
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