El joven abrió un ojo, atrapó a su sobrina con un brazo y la hizo acostarse con él.

—Un segundo, querida, tengo sueño.

—Tengo hambre, ¿me preparas hot-cakes? —Preguntó sonriente.

Romeo comprobó la hora en el reloj sobre la mesita de noche. Las siete de la mañana. Maldijo, ¿los niños no podían dormir durante más tiempo? Se sentó en contra de su voluntad, le ordenó a sus piernas flojas que pusieran su cuerpo de pie y se arrastró al armario, donde una noche atrás había colgado la poca ropa que había empacado. Más dormido que despierto, se giró. Bostezó, Artemisa jugaba con Josefo Nicolás en la cama, sentada justo donde su cabeza estuvo reposando tan solo unos minutos atrás, pero no le dijo nada. Todavía no procesaba bien las cosas, mucho menos podía invocar su reserva de energía.

—No destruyas el mundo. —Le dijo levantando un dedo.

—No, tío —alargó la última letra.

Y se cubrió con las sábanas entre risas y ladridos alegres.

Pasadas las ocho de la mañana, Elena seguía durmiendo

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Pasadas las ocho de la mañana, Elena seguía durmiendo. Su habitación era el único espacio en paz, Romeo había prohibido a la niña subir a molestar a Elena. Sin embargo, Artemisa se estaba irritando de estar encerrada en el departamento, era una niña que acostumbraba salir a dar un pequeño paseo después de desayunar. Romeo no conocía los alrededores y por más que en Google haya encontrado información que le prometía seguridad en la zona, no quería correr riesgos hasta hablar con Elena.

Tenía que ser pronto juzgando por las constantes quejas de Artemisa, mas no era tan urgente como para levantarla. O más bien, Romeo no quería hacerlo y buscaba justificaciones.

Se escuchó un grito seguido de un golpe contra el suelo proveniente del cuarto de arriba. Artemisa abrió los ojos grandes y miró a su tío sorprendida.

«¡Ya se rompió!», pensó la niña.

—Elena. —Dijo Romeo a modo de explicación.

—Elena. —Repitió Artemisa.

—Tía Elena, Artemis. —Corrigió el joven, dirigiéndose a la escalera para ver si la chica se encontraba bien o era necesario un médico, aunque conociéndola se había tropezado con las sábanas.

—Tía Elena. —Dijo Artemisa detrás de él.

El timbre sonó, suficiente espectáculo para que Artemisa cambiara de opinión.

—¡Visitas! —exclamó Artemisa corriendo a la puerta.

Romeo olvidó a Elena y fue detrás de la niña. Llegó un segundo después de que abriera la puerta. Artemisa se quedó con la mano pegada a la perilla. La chica frente a ella tenía el cabello teñido de lila, jamás había visto alguien así, y unas gafas de montura roja. Su ropa iba en contra de todo lo que sabía de los adultos: ellos no vestían con blusas de estampados de búhos, faldas de mezclilla que tenían colgando enormes cinturones amarillo patito ni extraños botines que le recordaban a las botas de las brujas que pasaban en la tele. Era el símbolo de una moda que Artemisa desconocía, y la confundía.

El juego de Artemisa | COMPLETAWhere stories live. Discover now