XXIX

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Todos los miércoles jugamos ajedrez, comemos galletas de mantequilla y tomamos leche de chocolate.

Quiero jugar otra vez.

Los ingredientes esperaban en la cocina y la sobrina en su silla saboreando lo que su madre consideraba un premio para cuando no quería hacer la tarea o comer vegetales. Las chispas de chocolate. Artemisa llevaba quince minutos inclinada sobre la bolsa de chispas con la boca hecha un mar, un minuto más y metería la mano para apropiarse de un par de gotitas, aunque la mirada de Elena siguiera sobre ella.

—¡Te estoy viendo! —murmuró Elena alejando el teléfono, decidió pegarlo a su hombro mientras hablaba con Artemisa—. ¿Ya te lavaste las manos?

La niña negó con la cabeza.

—Ve a hacerlo, termino de hablar con Flora y empezamos.

—¡Tía Elena! —se quejó Artemisa brincando de la silla alta.

—¡Cuidado! Por Dios... ¿eh? No, hablaba con Artemisa —aclaró regresando a su plática por teléfono—. Vamos a cocinar galletas y si me aceleras un poco hasta un pastel.

—¡Pasteeeel! —gritó Artemisa desde el extremo contrario de la cocina.

Se puso de puntitas para alcanzar con una mano la llave del agua, mientras que la otra tapó la boca del tubo. El agua salió como un chorro que bailó en todas direcciones hasta que Artemisa quitó su mano y el agua cayó tranquilamente sobre el lavabo. Artemisa buscó con la mirada a Elena, quien apenas se volteaba para ver qué había hecho.

—Okay, okay. Nos vemos al rato, tu querida sobrina ha hecho de las suyas —dijo intentando no atragantarse con sus palabras.

Había charcos en el suelo, la pared estaba mojada, al igual que los platos en el escurridor y la pequeña toalla que colgaba en el tubo cercano. ¿Y Artemisa? Empapada de pies a cabeza. Su sonrisa no podía ser más traviesa, pero Elena no reparó en eso sino en sus rizos goteantes y la mancha en la blusa azul. Elena se tuvo que morder la lengua para no gritar, en cambio, respiró profundo antes de mandarla a cambiarse de blusa.

—Señora, ¿usted es un vampiro o qué? Todo está oscuro, voy a abrir las cortinas.

Elena se volteó y encontró a Romeo enredado con el cargador de la laptop que llevaba en sus manos. Él no la volvió a mirar hasta recuperar el equilibrio que estuvo a punto de perder por completo al bajar por las escaleras. Asentó todo en la punta opuesta de la mesa de la cocina, muy lejos del área que ocuparían las chicas para cocinar. Recorrió con la vista la cocina, cuando se encontró con Elena detuvo su estudio, apoyó los codos en la mesa y se inclinó con una pequeña sonrisa en los labios.

—Parece que un tornado pasó por aquí —su risa salió un poco más gruesa de lo usual, sus ojos se achinaron.

Elena no veía lo chistoso en el desastre de Artemisa, al menos no había mojado la harina... pero eso tampoco da risa. Elena no entendía que a veces no se necesita una razón para reír. Simplemente dejas que salga el gorgoteo de tu garganta.

—El tornado se llama Artemisa.

—¡No soy un tornado!

—Hablando de la reina de Roma...

—¿Reina de Roma? Nuestra bella Artemisa le quitó el Olimpo a Zeus. ¿Verdad, preciosa? —los ojos de Artemisa se abrieron como platos. Su madre le había contado historias acerca de los dioses griegos desde que tenía memoria, así que en su pequeña mente quitarle el Olimpo a Zeus era como conquistar el mundo entero sin mover un dedo—. ¿Van a hacer galletas? Tengo hambre.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora