III

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Artemisa

Mamá siempre me dice que si quiero que me vaya bien, debo jugar bien, aunque ella dice "jugar limpio". Yo he jugado bien, ¿por qué suceden cosas malas?

Papá me ha dicho que soy su diosa y que las diosas hacen todo. Si soy su diosa, ¿por qué no puedo hacer lo que quiero? ¿Por qué no puedo verlos?

 Si soy su diosa, ¿por qué no puedo hacer lo que quiero? ¿Por qué no puedo verlos?

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31 de mayo de 2015

Por segunda vez consecutiva, Elena despertó en una cama distinta a la suya. Los rayos del sol habían calentado su piel, por más que quisiera, no podría dormirse de nuevo, menos después de comprobar que el vientecito entre sus piernas era consecuencia de tener el vestido enrollado a la altura de su cadera. Tiró del borde en un santiamén. Suspiró soltando toda tensión, Romeo no estaba en la habitación. Entonces, otra preocupación se instaló.

«¿A dónde te fuiste?»

Prestó atención al silencio, solía esconder murmullos casi imperceptibles y acuerdos silenciosos. Entre el tenue sonido del oleaje, Elena captó la voz de Romeo, apenas perceptible. Se paró de inmediato sin reparar en su corta vestimenta. Detuvo el paso antes de pasar entre las cortinas al balcón, Romeo hablaba por teléfono, lo vio a través de la rendija que dejaban las cortinas en el centro.

—No, Tia, no está en el cajón derecho de mi habitación, de la sala —su voz se apagó ligeramente cuando se pasó las manos por la boca—. Sí, sí, ya sé qué dije. No, olvidé que eran del mismo color. Solo agarra el disco duro y ve a trabajar. Bueno, bye.

Soltó un suspiro y, con más fuerza de la esperada, dejó el celular en el barandal.

Elena se miró los pies repentinamente nerviosa.

«Dale.»

Lo halló apoyado en el barandal, con las manos aferradas al metal y el cuerpo inclinado hacia adelante. Seguía en pijama, lo que significaba que no llevaba mucho tiempo despierto. El pelo se le había alborotado más los breves minutos que llevaba afuera. Y el sol hacía brillar su piel, lo hacía ver saludable, sin el cansancio en los hombros ni la tristeza colgando de su pecho.

—¿Sucede algo? —Dijo Elena colocándose a su lado, lo miró de reojo con los labios apretados y las comisuras levantadas. Era su mayor esfuerzo para esa hora, lo estaba intentando.

—Cosas de trabajo. —Respondió. Su mirada sobre ella no fue tan breve como sus palabras. Quiso estirar la mano y sentir su piel, comprobar que era real y no un producto de su fantasía.

«Las veces que deseé verte, y fueron muchas, no quise que fuera bajo estas circunstancias», pensó desviando la vista al mar, lo tenían a unos metros, el edificio estaba en primera fila.

—Cierto. Tú sí trabajas.

—¿Tú no? —Asombro pintaba su cara. ¿Cómo le hacía para vivir? Sus padres prácticamente le dieron la espalda a la milésima de segundo que eligió Gastronomía por encima de Derecho.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora