XI

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Ser romántico no viene con el nombre. Puede ser una característica adquirida y no innata. Yo siempre dije que en mis genes no existía uno que se llamara "G-RománticoEmpedernido", mis padres eran todo menos eso. ¿Habré heredado el gen de mi abuela? Podía ser, algo debió de cambiar en su genoma humano ya que se la pasaba leyendo cursilerías del siglo pasado. Muy buenas, pero cursilerías al final de cuentas.

Gen o no. Viniera o no viniera en mi nombre. Lo hubiera adquirido con el paso de los años o no. Una cosa me quedaba clara:

Elena me hacía decir las frases más románticas y cursis de mi diccionario de frases, porque, para el que no lo sabe, existe un diccionario titulado "Romeo enamora a Elena".

Nada era peor que entrar con la barbilla en alto a la oficina de un abogado y salir con las manos de tu ex en tus brazos, ayudándote a no desplomarte en el suelo. La cita no se limitó al tema de la custodia de Artemisa Dalmas, hija del matrimonio de Atenea y Paris Dalmas, ojalá hubiera sido así porque Elena no estaba preparada para hacer un recorrido por el testamento de su hermana y el único cuñado que tendría. Muy amados por cierto. ¿Cómo podía una pareja tan joven dejar ese documento? ¡Se suponía que vivirían años! Verían a su hija crecer, a sus nietos nacer y con un poco de suerte conocerían a sus bisnietos.

Este fue el nivel de paranoia de mi hermana, había pensado Elena recorriendo el papel con sus dedos.

—Lena —la llamó Romeo asentando su mano en la mejilla pálida de Elena—. ¿Te agrada ir por un helado antes de regresar a mi departamento?

Elena movió la cabeza casi imperceptible. Por favor, sácame de aquí, quería decir pero las palabras se quemaron en su garganta. Volvió a mover la cabeza en forma afirmativa.

—Okay —le dio una suave palmada en la mejilla—. Revive, regresa a mí, Lena —pidió buscando la chispa en sus ojos.

—¿Cómo puedes ser tan fuerte? ¿No te duele?

—He llorado mis desaventuras mucho tiempo, me toca ser el apoyo de otra persona que llora las suyas.

Las comisuras de los labios de Elena se levantaron y ahí la tuvo, una pequeña sonrisa tranquilizante.

Llegaron al departamento con tres litros de helado, Ferrero Rocher, chocolate con menta y dulce de leche. En cuanto se guardó el postre en el congelador, procedieron a colocar el mantel blanco, la vajilla y el florero sobre la mesa de madera. Romeo fue a la bodega por las sillas que hacían falta, mientras Elena rezaba por una comida familiar que se quedara dentro de los temas agradables. Es decir, lejos de la política, economía y la universidad. Mientras no se tocara la universidad, Elena estaría relajada en lo posible.

Los señores Hall puntuales tocaron a la puerta. Dos en punto. Romeo y Elena intercambiaron una mirada de temor, habían esperado que los Dalmas fueran los primeros en cruzar el umbral. Con ellos llegaría Atremisa, muy feliz y divertida después de una rápida mañana con su abuela. La distracción perfecta para mi madre, pensó Elena dándole una sonrisa forzada a la mujer de cabellos cobres, recogidos con un prendedor decorado con perlas.

—Hola, mamá —saludó después de darle un rápido beso en la mejilla. Antes de saludar a su padre, lo miró a los ojos. Despejados, diría que estaban un poco brillantes, señal de que estaba complacido de estar ahí, pero le daba miedo estar viendo una pantalla. Se limitó a abrazarlo—. Hola, papá.

El señor le respondió con una sonrisa, que sorprendió a Elena y le arrancó una sonrisa. El castigo de sus padres por elegir gastronomía como licenciatura fue dejarle de hablar y reducirle el dinero mensual, lo hubieran cortado por completo si Atenea no hubiera intervenido. Elena lo sabía, como también conocía el nombre de la persona que había escuchado a su hermana. Harold, su padre.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora