XXXII

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¡Ring! ¡Ring!

¿Quién es? Sí, sí. No, no están. Papá y mamá están en el cielo. Sí, son estrellas y me cuidan desde ahí. Tía Elena me lo ha dicho. Me lo repite todas las noches.

Se dedicaron toda la mañana y parte de la tarde a decorar la casa. Las réplicas de las pinturas de Edgar Degas fueron intercambiadas por cuadros de películas animadas que Artemisa disfrutaba. Globos con las caras de las princesas de Disney flotaban a un metro de las sillas del comedor, los platos, vasos y servilletas también eran de princesas. ¡Todo era de princesas! Artemisa estaba en la edad... y Elena ayudaba a su creciente amor por ellas.

De hecho, Flora se había llevado a las niñas a la matiné de un cine a media ciudad de distancia. Como parte de las actividades por el inicio de las vacaciones estaban dando clásicos infantiles. La información había llegado a Elena justo en el momento adecuado, incluso habló con la vecina del piso de abajo para ver si podía cuidar un rato de Artemisa, o más bien su nieta, porque Elena no creí que tuviera la energía para seguirle el paso a la niña.

Elena se acercó al sillón, allí Romeo recién acababa de llenar la piñata que tanto pidió Artemisa en los últimos días. ¿Desayuno? Pedía la piñata. ¿Comida? Piñata. ¿Cena? Piñata. La idea de comprarla fue del tío, Elena estaba convencida de que era un capricho, un gasto más que su cartera no podía permitir, porque además los dulces eran caros. Específicamente los que Artemisa quería. Al final, el tío estrella había comprado la piñata y los dulces a escondidas. Sería una sorpresa.

—Ve a darte una buena ducha —Elena le besó la mejilla a Romeo y le dio un corto masaje en los hombros—, con un poco de suerte y saldrá agua caliente rápido. Está deliciosa.

—Más vale que no me hayas dejado una onza.

Elena se rio con los labios pegados a su mejilla, él lo sintió como una suave vibración.

—Te dejé más que eso.

Le dio un pequeño empujoncito para que se levantara.

—Eso espero... si no te toca castigo.

—¡Uy, uy! Mira como tiemblo.

Romeo negó con la cabeza, sonriente. Una cosa se sentía extraña en esa sonrisa, ¿un poco forzada? Elena no supo distinguirlo, fue un instante fugaz.

Siguió a Romeo hasta verlo subir las escaleras, juraba que algo había cambiado desde el mediodía del día anterior. Como si un pensamiento gris se hubiera pegado a la mente de Romeo. Estaba con ella, pero en realidad se encontraba a años luz de distancia. No tenía apetito y se había quedado hasta tarde despierto. ¿Qué le pasaba? Elena quería saber, estaba preocupada y sentía curiosidad. Una mezcla perfecta para seguir buscando respuestas.

El celular vibró en la isla de la cocina. Elena desbloqueó la pantalla y leyó el mensaje de Flora.

"Vamos en saliendo de la plaza comercial."

Respondió con un corto "okay" sin un punto final. Elena se masajeó la sien en círculos. Los últimos días habían sido una búsqueda incansable, ¿quién diría que encontrar un mantel de princesas de calidad costaría tanto trabajo encontrar? ¿O los vasos? ¿Las servilletas? Suerte que con la comida no tuvo problemas, salvo un ingrediente que terminó pidiendo a una compañera de la universidad.

Después del cumpleaños de Artemisa en un par de días, se dijo que descansaría, aunque sabía que sería imposible. Romeo era fundamental en la rutina. Se encargaba de darle el desayuno y entretener a Artemisa mientras Elena dormía hasta las nueve. Caminaba con Artemisa en los alrededores, le leía cuentos cuando Elena hacía la comida y la entretenía cada vez que su tía andaba ocupada. Elena consideraba imposible poder hacer todo sola, desde el primer día se había acostumbrado a el apoyo que Romeo le brindaba.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora