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Podrá ser la persona correcta en el momento menos adecuado.

Te hervirá el estómago, el corazón amenazará con matarte por sus abruptos cambios de velocidad y los bajones de energía te dejarán en el suelo. Probablemente psicológicamente ya te encuentres en un hospital, a pesar de eso no vas a querer ver la verdad. Para ti es difícil aceptar que él es el correcto cuando han sucedido cosas que te destrozan el corazón, dolieron más que una herida abierta hasta el hueso, y como toda herida, la vas a cuidar para que no se vuelva a abrir. Eso significa mantenerte alejada del objeto punzante, de él. Pero sientes una atracción inexplicable. Es parte de tu maldición. ¿Puedes perdonarlo por la herida que te hizo? ¿Aceptas que hay una segunda oportunidad?

¿Regresar a su ciudad natal? Elena creía que regresaría un día, dentro de muchos años cuando ya se hubiera graduado de la universidad y hubiera abierto su propio negocio. Cuando ya no pudieran decirme "Elena, ven a casa y entra a la escuela de leyes". No podía dejar de mover sus manos, trazando líneas en sus muslos. Durante todo el camino Romeo estuvo agarrando una de sus manos, intentando quitarle un poco de los nervios que tenía sobre sus hombros, pero seguramente tendría marcas rojas de sus uñas debajo del pantalón.

—Mis padres querrán ver a Artemisa —dijo Elena.

Romeo acababa de detener el auto en el estacionamiento de la torre departamental.

—No quiero ir a su casa... es como lanzarte a la caza del tigre en su guarida —continuó.

—Tiene que suceder —Romeo apagó el coche y se recostó sobre el volante—. Puedo invitar a mis padres y los tuyos a cenar mañana, ¿te parece?

—Va a parecer que nos estamos comprometiendo.

—¿Y no te gustaría? —tomó la mano de Elena y la acercó a sus labios, que se convirtieron en una curva seductiva. Miró a Elena con diversión—. Recuerdo que querías una hija con mis ojos y con tu color de pelo, ¿Marina, Estella o Theia? No pudimos reducir más los nombres.

—Oh, Dios mío —dijo Elena rodando los ojos—. Por el bien de tus deseos de ser padre, te recomiendo no intentar nada. Tengo dos piernas y sé usarlas.

—Capto la indirecta.

Elena bajó la mirada a su mano, aún atrapada entre los largos dedos de Romeo.

—¿Puedes soltarla? —pidió mordiéndose el labio inferior.

—Sí, lo siento.

Viajar seis horas en coche nunca dejaba de ser cansado, incluso estando en el coche con asientos tan cómodos como el colchón de la bella durmiente. Después de las primeras dos películas, Artemisa había acomodado las sábanas, mantas y almohadas a su gusto. Menos de quince minutos pasaron antes de que sus párpados se cerraran por el resto del viaje, ahora le tocaba a Elena despertarla. A decir verdad, Romeo disfrutaba despertando a Artemisa, pero en menos de un mes Elena tendría que hacerlo de ley y era mejor si empezaba a acostumbrarse.

—¿Artemisa? —la llamó Elena, sentada a sus pies, inclinándose hacia su sobrina.

La niña no se movió ni un centímetro.

—Artemisa, ya llegamos. Vamos, princesita, despierta —la sacudió con suavidad y Artemisa se movió ligeramente, mas no lo suficiente para que Elena pusiera un brazo de barrera para que no se cayera del sillón—. Artemisa, Artemisa.

Finalmente abrió los ojos, miró a su alrededor y bostezó, poniendo en sus ojos pequeñas perlas saladas.

—Estamos en el estacionamiento, bajemos para ir a la casa de Romeo.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora