IV

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Elena

¿Derecho o Gastronomía? Lo que mis padres querían, lo que yo siempre deseé. Lo que se esperaba de mí, lo que significaba rebeldía.

Siempre había buscado complacerlos, siempre hacía lo que querían. Y nunca me molestó, lo hacía con gusto. Hasta que me topé con pared. Lo que decidiera definiría mis días por llegar, ¿serían amargos por no agradarme mi profesión o serían dulces al desempeñarme en lo que me yo quería?

Hice mi movimiento, el peón avanzó.

Mr. Karma les dio a mis padres la cachetada que se merecían tras toda la presión que pusieron en mis hombros. Mr. Karma estuvo de mi lado por primera vez en mucho tiempo. Mr. Karma y no él, Romeo. Mi novio.

1 de junio de 2015

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1 de junio de 2015

Abrió los ojos con los primeros rayos de sol que se filtraron por las gruesas cortinas, se los talló con sus pequeñas manos y bostezó. Miró a su alrededor, tardó unos segundos en recordar dónde se encontraba. Artemisa notó mullido el edredón, suavecito; miró las mariposas bordadas con hilo plateado en el centro. Posteriormente, su vista cayó en las dos libélulas de hilo de metal que colgaban de la pared de enfrente, el resto de las paredes estaban repletas de pinturas y fotografías.

Era muy distinto al cuarto de sus padres, Artemisa lo pensó quitándose como pudo las sábanas que se pegaron a sus piernas y bajó de la cama, la rodeó y se quedó parada frente a Elena durante unos segundos.

Se aburrió.

Al siguiente instante estaba parada a unos pasos de la escalera de caracol, era amenazante para ella. Apenas era lo suficientemente alta para agarrarse al barandal, de verdad que era una pulguita. La caída le parecía muy grande, así que se sostuvo como si su vida dependiera de ello. Los crujidos de la madera no ayudaron, le dio miedo que los peldaños se cayeran uno a uno, como en las películas.

Josefo Nicolás corrió a su encuentro. La niña brincó al suelo y se agachó para acariciarlo, dándole los buenos días, próximamente rutinarios. Vio la puerta de la habitación de Romeo entreabierta.

—Mira, ¿está tío Romeo despierto? —preguntó a Josefo Nicolás, señaló la puerta—. Vamos, Josefo Nicolás.

El perrito la siguió, se sentó al pie de la cama y, con el hocico en alto, la vio subir a ésta. Artemisa gateó hasta Romeo con una sonrisa en los labios, traviesa como ella sola. Le picó la mejilla con el dedo índice, que ya se merecía un corte de uña. Viendo que eso no sería suficiente para despertarlo, empezó a moverlo de un costado con ambas manos. Y el tío siguió durmiendo. Artemisa frunció el ceño, frustrada. Volvió a la carga, pero en esta ocasión lo llamó con su voz infantil.

—¡Tío Romeo! ¡Tío Romeo! ¡Despierta, despierta! ¡Tío Romeo! —un quejido se mezcló con el nombre—. ¡Despierta! ¡Tengo hambre, tío Romeo!

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora