VII

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Elena

Atenea venía de visita tres días antes de Navidad y dos antes de Pascua. Nadie sabía de sus visitas, salvo Paris. Llegaba en el camión de las ocho de la mañana y se iba doce horas después. No teníamos un plan que seguir ni compromisos por cumplir. Nos transportábamos de regreso a los días donde solo éramos nosotras, cuando aún no aparecían los Dalmas. Aunque a veces hablábamos de Paris y la pequeña Artemisa. En las seis veces que me visitó, vi muchas fotos de ellos.

A Atenea le gustaba los caballos, a mí me daban miedo por su increíble tamaño, pero me sacrificaba un día por ella, después de todo era la única oportunidad que tenía para montar uno de esos animales totalmente gratis. Esto era gracias al hermano de Flora y Sally, un veterinario con un pequeño rancho. Esa última visita había charcos de lodo a un lado de la cerca, donde Atenea disfrutaba de su caballo favorito. Pasó cabalgando muy cerca de donde yo estaba, haciendo que el animal brincara en uno de los charcos de lodo y me manchara de pies a cabeza.

«El karma te lo regresará.»

Atenea me miró divertida.

«Ay, Elenita, exageras.»

Unas horas después la estaba despidiendo en la estación de autobuses, sin saber que sería la última vez que la vería en mi vida. De saberlo... le hubiese dicho tantas cosas de las que no tenía ni idea.

Era la primera vez que jugaban a tan temprana hora de la mañana, los días anteriores Elena había estado durmiendo y Romeo entretenía a la niña, pero él no estaba

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Era la primera vez que jugaban a tan temprana hora de la mañana, los días anteriores Elena había estado durmiendo y Romeo entretenía a la niña, pero él no estaba. En algún lugar del jardín, detrás de un árbol o arbusto, se escondía Artemisa; muy atenta de la voz de Elena, quien contaba en voz alta hasta el veinte para iniciar la búsqueda de su sobrina. Al terminar el conteo levantó la vista al cielo parcialmente oculto detrás de las tupidas copas verdes de los árboles, y grito:

—¡Lista o no, ahí voy!

Escuchó un movimiento entre las ramas del árbol a su derecha, pero no era Artemisa, sino un gato moteado. La mascota de la vecina, ¿qué hacía fuera del departamento? Contempló la idea de llevárselo, enseguida recordó que esa pequeña bestia la odiaba y se olvidó de ella.

—¡A que no puedes encontrarme! —Cantó una vocecita en movimiento.

Elena se giró. Allí de donde se originó la voz, un arbusto de flores azul cielo, estaba vacío. Buscó detrás de los árboles, en los lugares más evidentes y de fácil acceso para una niña. Cuando había recorrido un buen área empezó a asustarse, ¿dónde estaba Artemisa? La llamó por su nombre varias veces recibiendo el silencio como respuesta. Dio un giro de 360° hacia la derecha y luego en sentido contrario, el resultado fue el mismo. Se desenredó con nerviosismo el pelo usando sus dedos, se le enredaron los anillos en el cabello, sin embargo, el dolor era menor al temor de perder a Artemisa. ¿Y si algo le había pasado?

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora