II

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Romeo

Busqué, pero no encontré material para amar. ¿Cómo iba yo a saber que ella me encontraría a mí? Me convenció de estar viviendo en un juego y se coronó como la reina indiscutible de mi ajedrez. No había día en que despertara con ella a mi lado y no me sintiera afortunado. Después de todo, ¿qué posibilidades existían de encontrar a tu reina en la hermana de la esposa de tu hermano? Muy pocas.

Quizá continuaran diciendo que Helena de Troya era más bonita, pero para mí Elena sin hache era la flor más bella del jardín y no tuve que seducirla o secuestrarla para que estuviera conmigo. Tuve la suerte de enamorarme de Elena al mismo tiempo que ella lo hizo de mí. Un error nos separó. ¿Qué moví mal? ¿El peón? ¿Una torre? ¿El caballo?

Cuando me di cuenta ya estaba solo.

Mi Elena sin hache se había ido.

30 de mayo de 2015

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30 de mayo de 2015

Los rayos de sol la despertaron, miró la habitación sin recordar por qué no estaba en la suya. Por un segundo se permitió vivir en una realidad distinta, una que la azoraba. Dentro de su mundo ajeno a la tragedia, vivía en un sábado por la mañana, tan común como el resto, y el vacío en el estómago no era nada peor que la falta de comida al despertar. Ya no corría contra el tiempo, ya no necesitaba empezar a preparar trabajos con fecha de entrega en el rango de la siguiente semana. No, era el primer día de vacaciones de verano.

«¡Por fin ha llegado el ansiado sábado!»

Se estiró y rodó sobre su costado disfrutando cada milímetro más que conseguía estirarse, sus sentidos se desperezaban, su cuerpo despertaba del letargo causado por el ensueño. Se detuvo al otro lado de la cama, esa mitad estaba tendida. Extrañada, pues solía apropiarse de las sábanas, se levantó apoyándose en sus codos. Estudió su alrededor buscando respuesta a sus dudas, no tardó en toparse con el reloj de platino que desentonaba con su alrededor, era demasiado suntuoso para ser suyo, ¡y grande!

«¿Cómo llegó esto aquí?», se preguntó tomando cuidadosa el reloj, lo acercó a su cara para ver el diminuto detalle, parecía un mándala conformado por zafiros diminutos, más pequeños que la cabeza de un alfiler. Elena lo regresó de inmediato a la mesita de noche temiendo romperlo, no quería imaginarse lo costoso que era.

«¿Me emborraché?», las palabras le sonaron extrañas, jamás las había conjugado así. ¿Por qué se emborracharía? El sabor de la cerveza le resultaba desagradable y el simple olor de las botellas baratas de alcohol le enseñaron a mantenerse alejada. ¿Elena borracha? ¿Cómo podría suceder?

La respuesta a sus problemas llegó con una pequeña maleta y un par de zapatos esperando pegados a la pared. La confusión, la poca que todavía no era partícipe de ese enredo, no tuvo tiempo de instalarse, los eventos de la tarde anterior llegaron como relámpagos acompañados de la verdadera realidad de su vida.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora