XIII

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El perdón llega a su tiempo, en el momento menos pensado.

Y probablemente signifique más para el que otorga el perdón que para el absuelto.


¿Rogar? Elena llevaba horas dándole vueltas a la palabrita. Yo no pienso rogarle a nadie, ni que estuviera urgida. La muchacha conocía a Romeo lo suficiente para saber que se mantendría atado a su palabra. Era una de las cosas que le agradaban de él, que la enamoró. Sus palabras y acciones iban por el mismo camino. Por lo tanto —concluyó Elena—, si jugaba un poco con sus propias cartas, Romeo se mordería el labio, se tragaría sus impulsos y desearía nunca haber dicho que la haría rogar.

Elena cerró la llave del agua de la tina y dejó caer la bomba de baño al líquido transparente, que se fue tiñendo de blanco, naranja y color mostaza.

¿El cazador será cazado? ¿Tendrás un poco de tu propia medicina?

Llenó sus pulmones de aire con olor a vainilla y miel.

Podríamos jugar un rato.

Por la ventanita se filtraron los primeros rayos de sol.

Me toca mover en el tablero.


El sol quemaba la piel. Ardía. Artemisa se había quejado hasta el cansancio, Elena casi se arrastraba por el suelo para recolectar el frío en él y Romeo parecía una avestruz, solo que escondía su cabeza en el congelador. Cuando Elena se acordó de la piscina, Romeo quiso ahorcarla por hacerle pasar calor. En cambio, se paró de golpe a cambiarse de ropa y esperó a las chicas en la sala. Artemisa apareció por las escaleras primero.

—¡Vamos a la piscina! —dijo Artemisa agarrando por adelante la dona inflable, que golpeaba sus nalgas cada vez que caminaba. Parecía no molestarle—. ¿Y tú traje de baño?

—Lo tengo puesto.

—No, tienes un short, tío Romeo —replicó Artemisa—. Yo tengo un traje de baño. ¡El tuyo no tiene dibujitos!

—El mío es de niños grandes.

—No quiero ser grande, me gustan los trajes de baño con dibujitos —estiró la parte delantera del payasito y contempló la princesa—. ¿Podemos ir ya?

Romeo abrió la boca para decir que faltaba Elena, pero el ruido en las escaleras le informó que no era necesario.

—¿Listos? —dijo Elena a modo de saludo.

Al muchacho le hubiera gustado taparle los oídos a Artemisa o poder comunicarse por telepatía con Elena, porque lo que él quería decir no era apto para niñas pequeñas. Sus palabras se reflejaban en sus ojos, tan claros como el agua cristalina. ¿Acaso Elena lo estaba provocando? Había elegido una blusa translúcida encima del bikini floreado y un desgastado short de mezclilla muy corto. Los ojos de Romeo luchaban por detenerse en la cara de Elena, pero era hombre.

—¡Listos! —exclamó Artemisa, agarró la mano de Romeo y lo jaló para que se pusiera de pie.

El joven sostuvo la puerta a las únicas chicas en su corazón. Artemisa marchó rumbo a la puerta antes de que Elena se diera cuenta de la falta de zapatos en los piececitos de su sobrina. Tropezó con las chanclas, y entonces se percató de aquel pequeño detalle.

Romeo quitó su brazo justo a tiempo para dejar pasar a Elena, con las chanclas en la mano. Reprendió a Artemisa hablando bajo, lo suficiente para que Romeo solo escuchara murmullos. Esperó una mirada baja y llena de remordimiento, en cambio, Artemisa buscó a su tío y se rió entre dientes.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora