XXI

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Nota 2019 al final.

Los coches son monstruos.

¿Dónde están los superhéroes?

—¡No quiero ir con la abuela! —gritó Artemisa aporreando un pie contra el suelo—. ¡Quiero ir con tía Elena!

—Elena necesita descansar —dijo Romeo manteniendo la voz suave, una lucha porque la niña llevaba de berrinchuda un buen rato. Llevó la mano a la cabeza de Artemisa con la intención de acariciarlo, sin embargo, la niña se lo impidió. Los ojos de Romeo se abrieron como platos, Artemisa nunca lo había tratado así—. ¡Ey! Está bien que estés molesta, pero eso no te permite ser grosera.

Artemisa arrugó la nariz y lo barrió con la mirada.

—Artemisa...

—¡No quiero ir! —insistió, cerró las manos en puños.

—Vas a ir con tu abuela, no estoy preguntando —finalizó poniéndose la mochila de la niña en el hombro.

Rodeó el auto, abrió la puerta trasera y esperó que Artemisa se bajara. La pequeña había cerrado los ojos, cruzado las piernas y las manos las tenía entrelazadas sobre el regazo, como si fuera suficiente para aislarse del mundo. Lo terca no se lo quitaba nadie. Romeo contó hasta tres. Artemisa sonrió con cinismo, eso colmó la paciencia de Romeo, que a últimas fechas andaba muy corta. Metió un brazo debajo de sus rodillas y el otro lo pasó por la espalda de Artemisa hasta alcanzar su hombro contrario, la sacó del auto evitando de milagro sus patadas furiosas.

—¡BÁJAME! —gritaba la niña.

En la puerta esperaba la señora Hall viendo la escena con asombro. Artemisa nunca había tenido problemas con Romeo, al contrario. Desde pequeña había tenido un fuerte vínculo con su tío. En ocasiones se habían quedado dormidos en la cama, cuando él debía estarla vigilando. Otras veces, recordaba la señora Hall, la niña había empezado con sus berrinches y él la hacía entrar en razón. ¿Alguna vez hizo uso de las patadas? No, nunca. La abuela metería a su nieta en la categoría de niñas que detestaban los golpes... sin duda, las cosas estaban en una etapa de cambio.

—¡Ya! ¡Déjame! ¡Tííío!

La señora Hall se hizo a un lado, Romeo entró y la bajó. Artemisa lo fulminó con la mirada, luego le dio un fuerte pisotón en el pie izquierdo, para posteriormente alejarse con aire triunfal. Romeo no se aguantó las ganas de maldecir.

—¡Artemisa! Discúlpate con tu tío —ordenó la abuela interceptándola del brazo, ya se estaba dando a la fuga.

—Perdón —refunfuñó antes de salir corriendo.

Romeo asentó la mochila en la mecedora que tenía a un lado. Miró a su alrededor, reparando en las pinturas que decoraban las paredes, aquellas que no tenían cuadros estaban ocupadas por estantes y repisas, presumiendo los lomos empastados de los libros que habían adquirido los señores Hall a lo largo de su matrimonio. Tenía un olor peculiar a madera, pino según el olfato de Romeo, y menta que no variaba ni cuando cocinaba. Romeo se decía que algo extraño sucedía en esa casa, hacía pública su opinión. En más de una ocasión bromeó diciendo que la señora Hall hacía brujería, claro que eso era antes de la racha de peleas con Elena...

—Está un poco sensible desde ayer en la tarde —informó Romeo viendo en la dirección en que Artemisa había desaparecido—. Quiere estar todo el tiempo con Elena, pero ella necesita de tranquilidad... —le restó importancia moviendo la mano.

—¿Cómo está mi hija?

—Podría ir a comprobarlo con sus propios ojos, señora Hall —respondió Romeo sin la intención de sonar grosero, pero su tono fue un poco más fuerte de lo que deseó—. Elena tiene unos cuantos raspones y moretones, nada de qué preocuparse.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora