XXIII

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N/A: El capítulo está narrado el 90% por Romeo. La parte que siempre narran los personajes al inicio se alargó más de lo debido... bueno, en realidad quería que Romeo narrara esta parte y todos vieran su lado extra mega cursi xD

No lo iba a subir hoy... pero los que me tienen en Face sabrán que ando muy feliz y me dieron ganas de subirlo ^^

11:45 p.m.

Mi cama estaba tapizada con los sobres y las cartas de Atenea. Ella estaba en el centro, con los pies cruzados y una tarjeta en la mano. La pequeña lámpara de noche daba una luz amarillenta, quizá un poco naranja, que delineaba la silueta de Elena. Me encontraba recostado en el sillón, tomando una taza de té a una hora extraña de la noche. No podía despegar mi vista de Elena, mucho menos dejar de pensar en algo relacionado con ella. En diez minutos tendría veintiuno y allí estábamos, la niña durmiendo en su habitación, Elena metida en sus cartas y yo esperando.

"¿Qué había escrito Atenea allí?", pensé, saliendo de la habitación que llevábamos compartiendo ya cinco días. Miré por encima de mi hombro para cerciorarme de que no se diera cuenta. Una cortina rojiza me tapaba la vista de su rostro, aunque no necesitaba verlo. La había visto en esa posición un centenar de veces. Seguro estaría mordiendo el interior de su labio inferior, intentando reprimir una risa mientras leía la tarjeta, pero no lo estaba haciendo tan bien. Me llegaban los gorgoteos azucarados saliendo de su garganta.

Sonreí. Siempre sonrío por ella, quizá es una prueba de mi amor. ¿Qué hombre enamorado puede contener una sonrisa cuando está con la dueña de su corazón? A mí siempre se me han escapado.

Saqué un montón de jugos alargados que servían de barrera para que Elena no pudiera ver su pequeño pastel cuando abriera el refrigerador. Lo puse con extremado cuidado sobre la mesa, ya había sobrevivido las horas críticas, pero no significaba que estaba bien que se estrellara en ese momento. Al contrario, terminaría frustrado y con la sorpresa número uno arruinada.

—Avanza, señor Tiempo —murmuré, quitando el protector de plástico. Clavé una vela en forma de bastón de caramelo justo en el centro del pastel—. Joder, te dije que avanzaras.

Bueno, tendría que tardar cinco minutos en llegar a la habitación.

Prendí la vela a unos metros de la puerta, según mi reloj imaginario, ya era hora de empezar a celebrar. Después de todo, solo se cumple veintiún años una vez en la vida. Y haría lo mismo para el siguiente año, porque... vamos, solo se cumplen veintidós años una vez en la vida.... y celebraría desde las doce de la noche cada año por cada cumpleaños. ¿Por qué no? No me cansaré y probablemente Elena tampoco.

—En un día feliz, una niña nació... —empecé a cantar entrando a la habitación.

Elena levantó la vista, se quitó el pelo de la cara y hallé sus ojos castaños, brillantes, alegres. Dejó la carta a un lado e hizo un espacio en la cama para que me sentara.

—¡Ay, Romeo! —gimió emocionada, dando un aplauso.

Interrumpí la canción para darle un beso en la mejilla.

—Pide un deseo —la animé, le pasé la bandeja con el pastel y contemplé su rostro iluminado por una vela muy viva. Casi podía jurar que se alimentaba con nuestra felicidad—. Lo que quieras.

—Deseo... deseo aprender de mis errores.

Nuestras miradas se encontraron. Elena decía mil cosas en silencio, siempre había sido una chica llena de pensamientos. No pensaba una cosa a la vez, no, eso era demasiado aburrido para ella. Su mente trabajaba con cinco ideas al mismo tiempo, mínimo. Y a veces podías pensar que la estabas leyendo bien, que habías descubierto uno de sus pensamientos, pero te equivocabas.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora