XXVII

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Despertar y mantener las manos lejos del chocolate, bueno, eso sí es difícil.

Entender por chocolate cualquier cosa deliciosa en tu campo de visión.

No, no me refiero a Romeo.


Despertó con los primeros rayos del sol. Lo primero de lo que se percató fue de la cercanía con Romeo, cada vez despertaban más y más cerca. ¿Cuándo lo encontraré encima de mí, dormido como un oso?, pensó sintiendo la sonrisa cosquilleando. Cuando Elena le quitó un mechón rizado de la cara, Romeo se movió y soltó un gruñido adormilado. Elena sintió una presión sobre un de sus pechos, la imaginación no viajó muy lejos para encontrar la razón.

Ay, Dios.

Removió la mano de Romeo con suavidad, sintiendo sus mejillas ardiendo. Después comprobó unas cinco veces que tenía ropa encima, con tantas cosas ocurriendo en su vida, más ese par de copas de vino que tomaron en la madrugada, bueno, recordar lo que hicieron al llegar a casa sería una hazaña que no podría completar en ese momento.

Blusa (porque nunca he dormido con bra) puesta.

Short y bragas, puestos.

En resumen, ropa puesta. No tendría que vivir preguntándose qué sucedió la noche anterior en esa cama o pasar por la vergüenza atroz de buscar la respuesta. Y luego dirá que tengo una mente sucia, pensó saliendo de las sábanas. Miró por encima de su hombro para comprobar que Romeo dormía, siguió así una media hora más. Durmió incluso después de que Artemisa se despertara por primera vez de mal humor.

—¿Pancakes con crema de avellanas? —preguntó Elena.

La niña negó con la cabeza, sentada en el sillón de la sala. Josefo Nicolás le lamía la cara, apoyando sus patas delanteras en los hombros de la niña.

—¡Ey! ¡No dejes que te haga eso! Tiene bacterias —dijo la tía cuando lo vio.

Los ojos de Artemisa se abrieron como platos.

—¡¡¿¿EH??!! ¡Abajo!

Josefo Nicolás le reclamó con un ladrido.

—¿Qué quieres para desayunar? —Elena clavó los codos en la isla de la cocina y suspiró—. ¿Cereal? ¿Un emparedado de mantequilla de maní o Nutella?

—¡Papas!

—Eso no es un desayuno, nena.

—¡Quiero papas! —golpeó el sillón con sus manos.

Elena echó un vistazo al refrigerador, enseguida torció la boca. ¿Qué esperaba? ¿Un refrigerador rebosante de comida? Estuvieron fuera toda la semana. Lo que no caducó en esa semana, ese día lo haría. Seguro se salvaba el pan que compraron de último momento la noche anterior a salir de viaje, aunque Elena no lo considerara un viaje, sino una visita con un recorrido de seis horas para llegar a su destino.

—No habrá papas para Artemisa hasta que desayune algo saludable. ¿Emparedado de mantequilla de maní o Nutella?

—Eso no es saludable —indicó Romeo entrando a la cocina. Se pasó ambas manos por la cara, luego subieron hasta su mata de mechones rebeldes—. ¿No quieres cereal, mini diosa?

—¡Papas con cátsup!

—Después de desayunar, cuando pasemos por Emily's de camino a...

—¿A dónde vamos? —interrumpió Artemisa.

Romeo y Elena intercambiaron una mirada que decía lo mismo. ¿Quién habla ahora? Romeo negó con la cabeza, era el turno de Elena de explicarle a la niña un cambio más en su vida. Ya son demasiados. ¿Cuándo pararemos? En esa ocasión el cambio era muy importante para su futuro: la escuela. Artemisa tardó unos segundos en hablar, pero cuando lo hizo dejó claro que no le gustó en lo más mínimo que la cambiaran de escuela.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora