XIX

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¿Cuál es el límite del amor? ¿Dónde empieza? ¿Dónde acaba? ¿Tenemos la capacidad de amar desde el primer segundo de vida o amamos desde antes? ¿Cuántos tipos de amor existen? ¿A cuántos puedes amar románticamente al mismo tiempo? ¿Qué darías por amor? ¿Qué harías por amor? ¿Puedes poner a tu amado antes que tus deseos? ¿Existe una palabra que abarque todo lo que se siente alguien enamorado? ¿Qué tanto perdonas a tu amado?

Conforme vas creciendo, las dudas van llegando. Más te cuestionas. La incertidumbre crece y envenena tu sangre. En un punto de tu vida te preguntarás: ¿existe el amor? Habrá personas que preguntarán: ¿cuál es el antídoto? Yo hice ambas preguntas, yo busqué ambas respuestas. No hay antídoto, porque el amor es más fuerte que cualquier remedio, cesa cuando lo desea. Cuando no es la persona indicada. Y así, con la respuesta a una pregunta, obtuve la respuesta de otra.

El amor existe, es tan claro como que tú respiras y el karma le da su merecido a los que han hecho el mal.


—Quiero hacer pipí, tía Elena —la despertó una vocecita, las manitas de su sobrina se movían sobre su costado—. ¡Me voy a hacer pipí!

Elena abrió un ojo. Todo estaba oscuro, a excepción de ese caminito de luz que se filtraba por la puerta. El reloj marcaba las tres de la madrugada. Emitió un sonido áspero en señal de desagrado y se paró de la cama. Bostezó de camino al baño, moviendo sus piernas mecánicamente. Su trabajo ahí fue darle seguridad a la niña y prender la luz. En un abrir y cerrar de ojos, una micro pestañita de un par de minutos, Elena salía de su cuarto, dirigiéndose a la habitación de invitados que Artemisa había reclamado como suya.

La princesita se metió debajo de las sábanas, sus parpados se le caían, pero los volvió a abrir hasta que Elena se sentó a su lado y acarició su cabecita. Artemisa cerró los ojos, su respiración se fue haciendo más lenta y cerró sus manos sobre su compañero de cama: un conejo de peluche. La música de los grillos acompañó a Elena mientras se cercioraba de que Artemisa estaba dormida. En ningún momento dejó de acicalar su pelo. Era algo que Atenea hacía y de una extraña manera la conectaba con ella, sentía su mano guiándola a través del pelo de su sobrina.

Lo veía como un globo subiendo al cielo. Se aferraba al hilo, a la cola del globo para no perderlo por completo, para tenerlo un rato más, para decir que seguía siendo suyo. Elena no quería soltar el globo. Pudo haber dicho un bonito discurso cuando tiraron las cenizas al mar, quizá ocultaba su pérdida levantando una máscara colorida y sonriente, sin embargo, Elena seguía sintiendo el vacío.

No estaba lista para decir adiós.

Regresó a la cama arrastrando los pies, deseando dormir sin interrupciones el resto de la noche. Eso no se cumplió, una media hora después la despertó los murmullos de Romeo, se movía ansioso por la cama rodando sobre su espalda. Unas cosas no tenían sentido, pero otras sí. Elena lo llamó con tranquilidad, poniendo su mano sobre su frente, y lo sacó de su pesadilla. Romeo miró frenético a su alrededor, clavando las manos en el colchón. Se sentó y ocultó su rostro detrás de sus manos, hizo un ejercicio de respiración para retomar la normalidad.

—Tranquilo, estoy aquí —dijo Elena rodeándolo con sus brazos, pegando la cabeza de Romeo a su pecho. La rodeó con sus brazos y se dedicó a oír el latido de su corazón.

Late. Sigues aquí.

—Gracias al cielo —murmuró Romeo, aspiró su olor a fresa y canela.

Se acostó en la cama, arrastrando con él a la pelirroja. Romeo no habló de nuevo y Elena no insistió, mientras que estuviera él entre sus brazos todo estaría bien. Uno daba seguridad al otro. Los brazos de Elena eran salvavidas a los que se sujetaba cuando las turbias aguas amenazaban con hundirlo. El pecho de Romeo era la balsa que mantendría al naufrago vivo. Dos años separados parecían no tener la fuerza para cambiarlo.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora