VI

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¡Ya está disponible el prólogo de Grandes! En unas horas ya estará el primer capítulo, aprovechen un momento libre y conozcan a Konstantin, Devana y Katyusha <3


Artemisa

Mamá dijo que tía Elena siempre me cuidaría, que sería muy buena conmigo y nunca, nunca, me dejaría sola. Yo no la conocía, pero a veces soñaba con ella y una casa de dulces, ¡como en Hansel y Gretel! Siempre quise que no fuera como la bruja.

 Yo no la conocía, pero a veces soñaba con ella y una casa de dulces, ¡como en Hansel y Gretel! Siempre quise que no fuera como la bruja

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El viento fresco entraba por los ventanales, alborotando las pesadas cortinas. Se escuchaba el grillar en los jardines, en los árboles. La noche era tranquila, las nubes habían desaparecido para dejar que las estrellas presumieran su brillo a los mortales que soñaban con descubrir los secretos del infinito universo. Desde su asiento privilegiado en el firmamento, la luna observaba a las dos princesas durmientes. La más pequeña rodeada de almohadas, cubierta con una manta de unicornios y abrazando un manatí de peluche. La mayor había sido obligada a conformarse con una franja diminuta donde se movía inquieta, huyendo de la misma pesadilla que la había atormentado una noche atrás y solo cesó cuando fue a buscar refugio con Romeo.

Una gota de sudor rodó por la frente de Elena. Se giró balbuceando unas palabras sin sentido. Unos segundos estuvo tranquila, pero no se mantuvo mucho tiempo.

En su pesadilla, Elena estaba sentada en el asiento del piloto. El auto iba a más de cien kilómetros por hora. Los faros iluminaban lo suficiente para ver un máximo de cinco metros delante de ella. Al mirar hacia atrás, Elena se encontró con la más densa oscuridad persiguiendo el auto. Elena intentó detener el auto con todas sus fuerzas, sin embargo, los frenos no funcionaban. La aguja del velocímetro mostró un aumento de velocidad que iba más allá del peligro. El corazón de Elena corría casi tan rápido.

«¡Detente!», rogó con las lágrimas cayendo al por mayor.

El automóvil respondió metiendo más la velocidad.

Las dos piezas de ajedrez que colgaban del espejo retrovisor, una blanca y otra negra, chocaron al entrar en una curva.

«¡Detén el coche, Elena!», escuchó que gritaba Atenea. Miró el asiento del copiloto y vio a su hermana pálida, horrorizada. Soltó un grito. Cuando regresó la vista al frente se encontró con un enorme muro extendiéndose en ambas direcciones. El auto no se detenía. Atenea gritaba. Elena gritaba. El muro lo tenían a un pestañeo de distancia. La carrocería del coche chilló anunciando el impacto, los vidrios se rompieron. Su pesadilla se sentía tan real que el dolor se clavaba en su carne y la hacía gemir en la cama. Dentro de la pesadilla, Elena cerró los ojos. Atenea chilló.

«¡NO!»

Elena se despertó abruptamente, con un grito abriéndose paso por su garganta. Artemisa salió de su sueño pegando un brinco, se movió buscando el peligro y llamó a su tía Elena al encontrarse en la oscuridad. Elena se volteó a tranquilizarla, todavía con el corazón latiendo desesperado. Artemisa estaba tan desubicada como ella, pero Morfeo la incitó a regresar al dulce sueño que tenía. Después suaves palabras, la niña se volvió a dormir abrazada a su muñeco de peluche. A Elena le hubiese gustado dormir de nuevo, se detuvo presintiendo que volvería a vivir la pesadilla.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora