XXVI

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Abuelita dice que estar enamorado es tener amor en tu corazón y amar es tener amor en todo, todo, todo tu cuerpo.

Abuelito Brandon dice que su amor por abuelita se sale de su cuerpo. ¿Dónde está? No lo veo.



Ni una bomba los hubiera despertado, la comodidad de la cama era arrolladora y el cansancio que llegó a la puerta, después de una larga noche de plática, los había dejado anclados. Claro, existen excepciones a la regla. Quizá la única que sacaría a ese par de la cama era Artemisa. Sus golpes que dio a la puerta del departamento llegaron hasta la habitación de Romeo, donde Elena y él eran un enredo de sábanas.

—¡Tía Elena! ¡Tío Romeo! —se escuchaba su vocecita desde la habitación—. ¡Ya llegué! ¡Tía Eleeenaaaa!

Y por más que sus abuelos intentaron que callara, la niña no hizo caso.

Elena se removió en la cama.

—Ahhg.

—¿Qué pasa? —murmuró Romeo adormilado.

—La niña... ¿qué hora es? —se incorporó buscando el celular, no estaba sobre su mesa de noche. Vio el celular de Romeo en la otra mesita de noche, sin importarle estiró su cuerpo encima de él y vio la pantalla.

10:30.

Elena casi se cayó sobre él, soltó un gritito y se paró de un brinco, casi perdió el equilibro.

—¡Vamos tarde!

—Exageras... —ahora él comprobó la hora—. Uh... tienes razón. Paciencia, no tenemos prisa.

—Voy a abrirle a mis padres.

Romeo creyó que se daría cuenta, pero Elena salió de la habitación, rumbo a la puerta, únicamente con la blusa ancha y larga que usó de pijama, debajo solo tenía la ropa interior. Intentó advertirle. Pero no sirvió de nada. Elena pasó por alto el comentario y abrió la puerta. Artemisa corrió a abrazarla, llegando apenas a sus piernas. La blusa subió unos centímetros. Los señores Hall, sobre todo su madre, abrieron los ojos asumiendo erróneamente lo que había sucedido esa noche.

—Hola... eh... acabo de despertar —no se le ocurrió nada más para decir, su cerebro iba al cinco por ciento de velocidad.

—Espero que hayas tenido un buen sueño de belleza —dijo su madre dándole un beso en cada mejilla—. Pero a nosotros no nos agrada ver tu ropa interior cada vez que caminas.

—¡Mamá!

—Es la verdad, hija.

Elena los invitó a pasar, sin embargo, su madre rechazó la invitación diciendo que tenían un compromiso que atender. Solo se quedaron el tiempo que tardó el señor Hall en subir a Josefo Nicolás, se lo puso a su hija en los brazos y saludó a Romeo, quien hacía acto de presencia, ya vestido, pero sin afeitar.

—Cuida de mi hija y mi nieta —advirtió el señor posando su mano en el hombro del castaño.

—Téngalo por seguro, señor.

La despedida fue rápido, besos y abrazos. Elena agradeció la falta de indirectas o comentarios embarazosos, quizá no era adolescente hormonal, pero sus padres parecían no darse cuenta de ello. Y con Romeo habían perdido la vergüenza a mediados de su primer noviazgo. Entre las cosas que platicaron la noche anterior, una de ellas fue empezar a contar de cero. Sí, era verdad, tenían una larga historia, pero dos años separados era demasiado.

Tardaron poco en terminar de empacar, después se subieron al auto y dijeron adiós a la ciudad de recuerdos agridulces. Josefo Nicolás iba en el asiento trasero con Artemisa, perfecta distracción, sobre todo porque no ladraba. Era un perro que disfrutaba de los paseos en auto, eran mejores cuando Elena bajaba el vidrio de la ventana, privilegio que había perdido por saltar un par de veces.

—Romeo —lo llamó Elena a mitad de camino—. No hagamos nada hoy, muero de cansancio.

—Gracias al cielo fuiste la primera que lo dijo... —miró por el espejo y sonrió—. Creo que alguien te ganó, Artemisa está profundamente dormida.

Elena se giró.

—Josefo Nicolás, no la vayas a despertar.

El perro ladró por única vez. Artemisa se movió, pero no despertó.

—Me siento una madre joven.

—Bueno, es el nuevo papel que te ha encomendado la vida. Crecer a una niña es muy difícil.

—Pero tendré tu ayuda, así que todo tranquilo.

Romeo sonrió complacido por la respuesta, Elena la dijo con tanta confianza... como si nada los fuera a separar de nuevo.

Ojalá, pensó el muchacho.

Ojalá, pensó el muchacho

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El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora