XVII

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Era azul, se extendía más allá del horizonte.

Había un punto rojo. Cabello de fuego, blusa y lentes de sol rojos.

Ella no me vio... hasta que chocamos.

Y regresamos al azul.


El tráfico en el primer tramo de la carretera fue desesperante. Romeo se desvió en el primer puente que encontró, el recorrido sería mayor, pero considerando el congestionamiento, seguro se ahorraban una hora. En el asiento trasero, Artemisa hablaba hasta por los codos y se molestaba cuando alguien la interrumpía. Pero no para de hablar, pensó Elena anonadada, ¿no se le gastaba la saliva? Elena y Romeo se susurraron cosas, Artemisa no se enteró de muchas. Estaba demasiado metida en su plática unilateral, aunque a veces le respondían.

—¡Ahí! —exclamó Elena cuando pasaron a un lado del portón abierto que conducía a la casa veraniega de la familia de Flora.

Romeo hizo una maniobra que mandó a Artemisa al extremo contrario del asiento.

—¡AUCH! —se quejó sobándose el hombro.

—Lo siento, querida —dijo Romeo, miró con cara de pocos amigos a Elena—. Alguien no estuvo atenta.

—Tú igual sabías dónde teníamos que doblar —replicó Elena—. No me eches la culpa a mí.

—¿Ya llegamos? —los interrumpió la pequeña asomándose por la ventana, olvidando el ya pequeño dolor en el hombro—. ¿Es aquí?

—Sí, hemos llegado.

Romeo agarró la mano de Elena y besó sus dedos, sin despegar la mirada del frente. Ante ellos se alzaba una casa de dos pisos, con las paredes pintadas de un suave color melón. Un gato estaba acostado en las tejas del techo de la cochera. En el interior, los perros, dos pastores alemanes, empezaron a ladrar en cuanto escucharon el motor del deportivo de Romeo. El tamaño no incomodó a Artemisa, se lanzó al espacio entre los asientos delanteros, tan rápido que Elena puso una mano a modo de barrera pensando que saldría volando.

—Siéntate, Artemis —pidió Romeo—. No queremos un accidente antes de parar el coche y tener que regresar a casa, ¿verdad?

—Mhmm.

Se sentó con la espalda pegada al respaldo.

El ruido de los perros avisó a Flora de la llegada de su mejor amiga. No había terminado de bajar del auto cuando la joven abrió la puerta de madera. Su cabello lila, desteñido por el tiempo, estaba amarrado en una cola alta, aun así el viento conseguía que golpeara la cara de Flora. Poco le molestó. Bajó los tres escalones y corrió al auto, recién Artemisa se había bajado.

—Hola, linda —saludó Flora dándole un beso en la frente.

Artemisa bajó la cabeza y se mordió el dedo índice.

—Hola —murmuró, cerró su mano libre en la bermuda de Romeo.

—Déjame ayudar con algo —dijo Flora quitándole a Elena el recipiente de cristal con lasaña recién salida del horno, al menos cuando salieron del departamento de Elena. Después de hora y media de camino, la comida necesitaba ser calentada de nuevo.

—Gracias —Elena le dio un beso en la mejilla a Flora—. ¿Falta algo? —preguntó asomándose por la ventana.

—Ya está todo —respondió Romeo, levantando los brazos, colgaban dos mochilas con todo lo necesario para el pasadía—. ¿Qué tal todo, Flora?

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora