XXV

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Tiempo había pasado desde la última vez que habían salido en una cita y estaban tan acostumbrados a estar acompañados de la chiquilla que se les hacía extraño no sostener su mano al caminar. Faltaba su vocesita curiosa y su alegría interminable. El tema de conversación parecía destinado a llegar a Artemisa. Hablaban de ella casi todo el tiempo. Ella era el centro, la que los había unido de nuevo.

—¿Qué hacemos con el boleto extra? —preguntó Romeo cuando Elena regresó de ver un puesto artesanal.

Sus dedos jugaban con el tercer boleto, una hojita rectangular con una bonita bailarina robándole la atención a la información.

—No sé, ¿qué quieres hacer?

Elena se sentó a lado de Romeo y se pegó más a él cuando su brazo la rodeó.

—Lo que quieras, es tu cumpleaños.

—¿Seguro? —dijo mirando a su alrededor.

—Si quieres regalarlo, hazlo. Alégrale la vida a alguien.

—Eso pensaba hacer —murmuró poniéndose de pie—. Espérame aquí.

La vio desaparecer en el interior del teatro y se preguntó qué tenía en mente. Con solo ver la enorme sonrisa a su regreso, Romeo supo que había conseguido eso que estaba planeando. Llego caminando al ritmo de una canción que tarareaba, de verdad que estaba feliz. La miró con duda al ver que volvía a sentarse con él.

—Nos toca observar —dijo apoyando su cabeza en el hombro de Romeo—. Llegará alguien.

Apareció un señor que atrapó la atención de Elena antes de acercarse al teatro. Caminaba con pesar, arrastrando sus piernas y sin despegar la vista del suelo. Elena se dio cuenta del ramo de flores colgando de su mano y se le formó un nudo en la garganta. Siguió observando al señor, que levantó la mirada y se fijó en la fachada del teatro, grande, iluminado e imponente. Continuó su camino, llegaba casi a la segunda puerta cuando se topó con el anuncio del ballet. Se quedó allí un buen rato y titubeó antes de seguir.

—Uh... —Elena suspiró, negó con la cabeza y procedió a buscar a otra persona.

No vio que el hombre volteó atrás, pero Romeo sí. Reconoció en el señor ese sentimiento de abandono que había sentido cuando Elena desapareció.

—Elena —le hizo una seña para que viera al hombre—. No lo pierdas, quizá a él buscas.

Elena se paró, Romeo le entregó el boleto y se quedó unos segundos con el papelito en la mano. Sentía una brisa en su interior, una señal de estar haciendo lo correcto. ¿Cuántas veces hacemos añicos el buen día de una persona?, se preguntó encaminándose, ¿cuántas veces nos detenemos a poner una sonrisa en un desconocido? Llamó al hombre, cuando este se volteó, no tuvo dudas.

Le sonrió, él respondió con una sonrisa educada. ¿Qué quería la chica?

—Eh... Hola —empezó Elena buscando las palabras indicadas—. A mi novio y yo tenemos un boleto extra para la siguiente función del Cascanueces —hizo un gesto con la cabeza en dirección a Romeo. El hombre miró por encima del hombro de Elena y recibió un saludo del castaño—. ¿Lo quiere?

La alegría es contagiosa, Elena lo sabía, pero a veces se le olvidaba. Por suerte existen momentos como aquel que te refrescan la memoria. Al principio lo dudó, más después de ver el asiento. ¿La chica no quería nada a cambio? En un día que iba de mal en peor, el hombre no podía creerlo. Elena le aseguró que era un regalo sin condiciones, un deseo de cumpleaños y el señor no siguió resistiéndose. Le agradeció una decena de veces, pasando la mirada de la chica al boleto, su milagro en una noche fallida.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora