XX

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El golpe es duro.

El dolor tarda en desaparecer.

La marca se queda para siempre.


Las sábanas no eran suficientes para aplacar el frío cuando provenía del interior. Necesitaba una señal proveniente del sol, un rayo que le regresara el calor corporal perdido con la pequeña discusión. El trato frío de Romeo. La carencia de esas miradas que la derretían. El abrazo de sus palabras. Esos pequeños detalles que Elena no prestaba atención —todo eso que siempre tuvo de Romeo y lo consideraba parte del inventario—, le hacían falta desde la mañana anterior. Calentaban su corazón.

Cuando despertó, el lugar que Romeo ocupaba en su cama estaba vacío, la cama tendida hasta donde Elena estaba hecha bolita. No lo encontró en la cocina, tampoco estaba en el baño, aunque el espejo seguía empañado y la toalla húmeda. Poco tiempo había pasado desde que se había ido.

Halló una nota pegada en el refrigerador, quitó el imán y desdobló la hoja.

"Trabajo. Regreso a las 5:30 p.m."

¿Ahora no llegaría a comer? Elena se sentó encorvada en uno de los bancos intentando descubrir si siempre llegaba a esa hora o estaba evitándola. Es un jodido castigo. Se lo merecía, lo sabía. Pelearse y sentirse sin apoyo era una cosa, pero desaparecer era un tema completamente distinto. ¿Cuánto sufrió? ¿Cómo se sintió? Elena se limpió las lágrimas con el antebrazo. ¿Cómo puede perdonarme? ¿Sigo teniendo tiempo?


El reloj marcaba pasadas las seis de la tarde, Elena había estado viendo constantemente el aparato, como si tuviera la habilidad de adelantar el tiempo, pero ahora que Romeo se retrasó lo que quería era detener el tiempo. Su única distracción era Artemisa, habían jugado con los juguetes, salido a dar una vuelta por los alrededores y comprado pan para cenar, que en su momento estuvo entusiasmada de comer. Dos horas después quería otra cosa. ¿El único detalle? Faltaban huevos para hacer pancakes y Artemisa insistía quererlos. Elena intentó convencerla de cenar quesadillas, siempre se las comía con gusto.

—Mmm... —Artemisa pensaba caminando alrededor de la mesa, con el dedo sobre el labio. Elena creyó que accedería, pues disparó su sonrisa más alegre—. No, quiero pancakes. Ya comí quesadillas hoy y no repito.

Elena soltó un suspiro pesado.

—Puedo ir a la esquina por un cartón de huevos —se ofreció la ayudante doméstica, María. La señora iba tres veces a la semana a limpiar la casa, ese miércoles esperaba el regreso de Romeo para devolverle una cantidad de dinero que él le había prestado y aunque había pasado la hora de su salida, estaba decidida a cumplir con su palabra—. De paso puedo comprar unos productos que ya escasean.

—Hazme una lista y los compro —dijo Elena. Hacer enojar a Artemisa era lo último que quería, seguro se sentiría más sola que ahora—. ¿Te quedas con Artemisa?

—Claro.

Elena miró a la niña por última vez antes de agarrar su cartera y salir a las escaleras.

Recolectó los artículos que necesitaba en la canasta de plástico, pensó que tardaría años en la caja registradora, porque el supermercado estaba lleno, sin embargo, su suerte era grande. ¿Es una señal divina? Encontró una vacía, le pareció que le decía "vamos, ya llegó el muchacho". Pagó y salió caminando lo más rápido posible sin parecer loca corriendo por la calle.

Fue bajando la velocidad conforme los pensamientos llenaron su cabeza. ¿Qué le diría al llegar? ¿Perdón? Demasiado simple. Necesito algo más que eso... un discurso quizá. Se acomodó las bolsas mientras decidía cómo iba a empezar, necesitaba convencerlo, mostrarle que un día había suficiente para ella. Lo necesitaba más de lo que él necesitaba a Elena.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora