IX

6.2K 628 153
                                    

Si fuera un superhéroe elegiría que mi poder fuera volar.

Volaría al cielo a saludar a mamá y papá.


Sábado 7 de junio, ¿año? Elena se preguntaba cuál era, porque parecía que había viajado al pasado. Todo parecía tan extraño, como si lo estuviera viviendo por segunda vez, aunque sabía que era la primera vez que sucedían las cosas, la primera vez que Romeo le decía cosas como "estoy loco de amor por ti" o "Morfeo me roba a mi dama". Lo que se estaba repitiendo era que Romeo la estaba haciendo derretirse más y más. Su cerebro debía de estar parcialmente fundido o rayado, lo único que veía al cerrar los ojos era a su ex. Esto le recordaba las escasas palabras que había cruzado con él desde el día anterior, había quedado hirviendo con su declaración y sin habla.

Modo adolescente hormonal prendido.

—¿Puedo jugar bajo la lluvia? —preguntó Artemisa parada en un tubo de la silla, alcanzando a duras penas el borde de la isla y manteniéndose así con mucho esfuerzo sobre sus brazos.

Elena se quitó los guantes de cocina y se volteó hacia la niña.

—Te vas a enfermar.

—¡Un ratito! Quiero salir —dijo dándole una cara de perrito.

—Te vas a poner el impermeable —Artemisa empezó a quejarse—. Impermeable o no sales, aunque siga lloviendo mil años.

—¡Tía! —rogó poniendo más esfuerzo en convencer a Elena.

—Artemisa, lo digo en serio.

—¡Ahg! Okay.

Elena disfrutó esa pequeña victoria canturreando una canción que sonaba en su mente en esas ocasiones. Se hacía escuchar desde la entrada del departamento, la puerta estaba abierta esperando que Romeo entrara cargando las últimas cajas que quedaban en el coche. Elena no perdía de vista a Josefo Nicolás, aunque se había dado cuenta que no tenía la atención de tomar un paseo por los alrededores.

Se cree demasiado especial para caminar sin alfombra roja.

Minutos después se retractaba.

El perro se aventuró al exterior cuando oyó a Romeo acercarse y detrás de él fue la dueña. El perrito brincó a los pies de Romeo, el joven casi perdió el equilibrio. Se asomó por un costado de la pila de cajas. Romeo se sorprendió de ver a Elena al final de la escalera, prácticamente lo había ignorado todo el día, rompiendo la nueva ley del hielo en contadas ocasiones. Elena se agachó a agarrar al perrito y lo abrazó como a un bebé, al final le dio una sonrisa de disculpas a Romeo.

—Elena —la llamó cuando ya le había dado la espalda.

La chica se giró, olvidando recordar mantener fuera de vista la emoción de escucharlo pronunciar su nombre.

—¿Sí?

—Lo que te dije ayer... yo no...

—¡No, no, no! —lo interrumpió moviendo la cabeza de un lado a otro, su cabello danzando a los lados—. No te disculpes. Está bien.

Elena se acomodó un mechón detrás de la oreja.

—No estoy molesta, solo no tengo palabras y no sé cómo mirarte a la cara sin ruborizarme o sentirme desnuda ante tu mirada.

—Entiendo.

—No, no me entiendes —replicó Elena con severidad—. Está mal lo que estoy haciendo, aunque no sé qué está peor. Ignorarte por algo tan significativo como no querer que me veas como ya lo has hecho... o no saber si quiero regresar a la relación que teníamos antes o no. Me gustas, es la verdad y no me engañaré con eso. Pero por nos peleábamos mucho, por algo cortamos hace dos años. ¿Cómo sé que lo que sentimos no es el resultado de reencontrarnos o querer un trozo de la vida que teníamos cuando Paris y Atenea vivían?

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora