—Es que no se me ocurre —su semblante cambia de entretenimiento a tensión—. Me apresuras y me desespero.

—Mujer, ¡di al...!

—Hola de nuevo —me interrumpe Gastón. Me tenso el triple y sé que me voy a quedar bien dura. Levanto la mirada y lo encuentro parado casi a mi lado. Sus ojos se quedan fijos en los míos y me remuevo incómoda en mi lugar. Una sonrisa tímida se ilustra en mi rostro y hago lo posible para que no se dé cuenta.

—Hola...

Mira a Stef.

—¿Te importaría prestarme a tu amiga un momento para llevármela a bailar? —inquiere, y en mi cabeza le grito a Stef que diga que no.

Por favor, Stef, di que no, ¡di que no!

—Pero no, para nada —emite un ademán para restarle importancia a la situación—. Anda, llévala. Yo iré por un poco de tequila.

La voy a matar. Cuando lleguemos a la casa la voy a ahorcar. Creo haberle dejado claro indirectamente que no me siento cómoda cerca de Gastón, por lo tanto, ella no debería de haberme entregado en bandeja a un fantasma de mi pasado.

Gastón le agradece y, cuando quiero negar y decirle que mejor no, me quedo muda. Me toma de la mano y vuelvo a sentir esa descarga eléctrica que no quiero sentir. Cuando menos me doy cuenta estoy en el medio de la pista haciendo movimientos de baile que me dejan en total ridículo. Debo parecer un ganso borracho.

Me toma de las manos y hace que lo rodee por el cuello. Sus manos se posan en mis caderas y las mariposas que deberían estar muertas reviven para aletear como si no hubiese un mañana. Doy un paso hacia atrás sin separarme de él, su cercanía me pone nerviosísima y me estoy dejando expuesta.

—¿Cómo estás? —pregunta seguido de sonreírme.

—Bien —me limito a decir. Estoy todo menos bien.

—Pareces nerviosa.

—Ja, no, para nada —río de una manera estúpida y me golpeo mentalmente. Me quiero ir corriendo de este maldito lugar.

«Meteré veneno en tu comida, Stefanía.»

—¿Segura?

Asiento.

—¿Tú estás bien? Aparte de Sofía —digo.

—Sí —se limita a decir y entiendo en el momento que no debí preguntar

—. Todavía no caigo que estás frente a mí después de nueve años.

—Créeme, estoy igual —concuerdo.

—La última vez que te vi fue cuando estaba por emprender el viaje a Londres —recuerda.

—Sí.

—Y después de eso...

—La comunicación se cortó, la distancia hizo un efecto negativo —comento, y no puedo evitar pensar que sonó en un tono de reproche. Pero obviamente, si es que así sonó, no tuve la intención. Hacerlo no tendría sentido, los dos tuvimos la culpa del distanciamiento. Bueno, yo más que él.

Afirma con la cabeza y nos quedamos en silencio, con la música de fondo envolviéndonos.

Nueve años.

Nueve largos y modificativos años sin ver esos ojos avellana. Su aspecto ha cambiado notoriamente a cuando tenía dieciocho, pero sigue viéndose muy joven en sus veintisiete. ¿A quién engaño? «Bien» se queda corto. Y me siento mal por tener esta parte de mí que sigue pensando que Gastón es atractivo.

Liam hace presencia en mi mente. Él no se sentiría enojado si me viese bailar con un viejo amigo, pero quizá sí se le haría un poco incómodo.

—¿Te arrepientes?

Junto las cejas.

—¿De qué?

—De que nos hayamos distanciado —explica.

Sopeso sus palabras.

¿Qué me está queriendo decir? Puedo ver esa pregunta desde perspectivas diferentes, y una de ellas es que me está echando la culpa del alejamiento por aquel enamoramiento mío.

—Yo siempre me arrepiento de no haber puesto un poco más de mí y haber hecho que la amistad funcionara. Nunca pensé que terminaríamos por caminos separados.

—Ah —comprendo y asiento—. A veces.

—¿A veces? —mi respuesta parece decepcionarle un poco.

—Siempre —me corrijo.

Asiente lentamente mientras me mira con detenimiento las facciones del rostro. De repente esboza una media sonrisa que me atrae en el primer segundo que la veo. Sus ojos vuelven a los míos, pero los baja nuevamente y vuelve a escanearme.

—¿Te has dado cuenta de algo...? —Me mira otra vez—. Estamos bailando como si hubiese música lenta.

Me río un poco porque es verdad. Miro a mi alrededor.

—La gente nos mira raro por eso —comento. Me tenso en cuanto veo una marca de pintalabios rojo en su cuello.

—¿Qué te pasa? —pregunta.

—Nada.

De verdad no pasa nada, solo me ha tomado por sorpresa ver su cuello con esa mancha. Quizá la chica rubia que le pidió una foto se lo hizo, quizá tuvieron algún momento un poco intenso, aunque eso no me tendría que importar en lo absoluto. No es de mi incumbencia. Sinceramente no sé por qué me he tensado. ¿Me habrá puesto incómoda? Quizá sí, debe ser solo eso porque celos no fueron. Sería estúpido.

Pero, ¿por qué me incomodaría?

Esto es estúpido.

—¿Me disculpas? Necesito ir un momento al baño.

Deslizo mis manos por sus hombros y me aparto de Gastón cuando me regala un asentimiento como respuesta. Me voy hacia mi destino y recibo varias pisadas en el transcurso del viaje. Estuve bailando con él estando descalza, me sorprende no haber hecho hincapié en ello.

No tengo ganas de hacer pis, lo dije para tomarme un pequeño respiro. Que Gastón apareciera después de tanto es un destape total. La alfombra está siendo levantada con lentitud y poco a poco se logra ver el acceso al sótano de los sentimientos significativos.

 La alfombra está siendo levantada con lentitud y poco a poco se logra ver el acceso al sótano de los sentimientos significativos

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Destinados #D1 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora