Elena soltó un suspiro, después le advirtió a Artemisa que bajara correctamente las escaleras, no de dos en dos.

—No sé a quién se parece más, ¿a Paris o a Atenea? —preguntó Elena sin voltearse, se abrazó a sí misma—. Ambos ignoraban las reglas a lo grande.

—Paris se reía cada vez que lo regañaban —dijo Romeo luego de pensarlo un par de segundos, cerrando la puerta detrás de él. El recuerdo de su hermano amenazó con ponerlo melancólico, supo ventilarlo antes de que pusiera raíz en su mente—. Atenea te miraba como si estuviera diciendo "rompí las reglas y no me van a hacer nada".

—Artemisa es una mezcla muy bien hecha de ese par —Elena se encogió de hombros, y cuando sintió el aliento de Romeo sobre su nuca, se erizó.

—Pero si hablamos de romper las reglas, mi coqueta, eres la número uno en la lista —su dedo zigzagueó por la espalda de Elena hasta llegar al inicio del short—. Mira que ponerte un short diminuto... media nalga afuera —susurró enroscando sus dedos en las presillas de la prenda—. Si no te conociera pensaría que andas de exhibicionista con un sucio motivo.

—¿Te estás quejando? —preguntó Elena juguetona—. Puedo sentir la lujuria fluyendo por tus venas, Romeo. ¿Quién es el del sucio motivo? —rotó sobre sus tobillos, procurando mantenerse lejos del borde del escalón.

Acarició el cabello castaño que enmarcaba el rostro de Romeo dando cortos movimientos lentos

—Y te quieres hacer de rogar —agregó con tono burlón.

Romeo resopló, no le gustaba que usaran sus acciones en su contra. Bueno, a nadie le gusta. Con el plan de poner a Elena al límite había conseguido todo lo contrario, además de ser víctima de sus sutiles burlas. Decidió cambiar la estrategia por el bien de su juego, quería ser el vencedor. El último en torcer el brazo.

—¡Rápido, rápido! —gritó Artemisa desde un piso más abajo.

—¡Un segundo, cariño! —respondió Elena—. ¡Estamos arreglando un asunto!

No mentía.

Elena se puso de puntitas para alcanzar la mejilla de Romeo y le dio un beso. Permitió que sus labios vagaran por la línea de su mandíbula, subieron hasta sus orejas y Elena le susurró en su inusual tono seductor:

—Vas perdiendo, Romeo.

Dicho eso, se precipitó por las escaleras, dejando que las palabras en la punta de la lengua de Romeo se esfumaran y su mente se pusiera en blanco. Alcanzó a las chicas en la recepción, andaba demasiado perdido en su mundo para obligar a sus piernas a marchar más rápido. Elena no se dio cuenta de su presencia inmediatamente, esto permitió que Romeo la contemplara con los colores en la cara, queriendo bajar el calor abanicándose con la mano.

Incluso Elena no es inmune a todo... esto.

Se deshizo de la capa extra de ropa después de bañar a Artemisa en bloqueador, la niña apenas pudo esperar unos minutos antes de entrar a la zona baja de la piscina, el único pedazo donde pisaba sin dificultad.

Elena estudió el cielo buscando sus queridas nubes, aunque se pusiera bloqueador, el sol la hacía sufrir. Desventajas de piel sensible. En días comunes, cuando se metía sin compañía a esa misma hora, jamás hubiera entrado al agua sin una blusa, pero con Romeo ahí todo cambiaba. ¿Me harás rogar? Te haré arrepentirte. Había elegido uno de los bikinis que más le gustaban por cómo se acomodaban a su cuerpo, Romeo lo comprobó en segundos.

—Romeo Dalmas, te vas a ir al infierno —cantó alargando las palabras.

Se zambulló en la piscina y volvió a surgir en la superficie. Nadó un rato de un extremo al otro hasta cansarse, entonces se dirigió a la barda que dividía la zona honda de la baja, a unos metros estaban los Dalmas jugando a la fiesta del té. Romeo era el caballero y Artemisa la reina de sabrá Dios qué reino.

El juego de Artemisa | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora