Capítulo especial: Eric (XI)

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—Dylan..., no voy a entrar. Pero Spencer no te ha prohibido hablar conmigo, ¿verdad?

No contestó inmediatamente, pero sentí que escuchaba, así que seguí hablando.

—Estoy preocupado por ella. Creo que podría estar metiéndose en algún lío. Dime dónde está.

Dylan se proyectó junto a la puerta, dejando que los escalones nos separaran como zona neutral. Su expresión era dubitativa, pero le preocupaba demasiado Spencer como para arriesgarse.

—Se disfrazó como de ninja y se fue con el policía. No dijo a dónde.

—¿De ninja? ¿Qué policía? —pregunté más confuso que antes.

—Se puso toda de negro, como un ladrón. Con el pelo recogido y eso.

Eso no era buena señal.

—¿Y lo del policía?

Esa información pareció molestarle más dármela.

—Mmm... Creo que era su novio. Antes de que llegaras tú —aclaró incómodo—. Luego dejó de venir y ella ya no hablaba de él... Antes hablaba mucho, cuando creía que yo no estaba escuchando. Siempre decía que era soso —añadió en un susurro—. No le gustaba mucho. El que le gustabas eras tú. —Su expresión se endureció por el rencor—. Está triste por tu culpa.

Recordando sus lealtades, se negó a seguir hablando conmigo. Desapareció de allí y sentí cómo toda la casa parecía emitir un aura de hostilidad hacia mí.

Suspiré y me dejé caer de nuevo en los escalones. Todo aquel asunto era demasiado complejo para discutirlo con un niño, y seguramente él tendría razón, había sido un idiota yéndome y creyendo que eso me convertía en algún tipo de héroe trágico.

El problema era que seguía sin saber dónde estaba Spencer y todo aquello tenía cada vez menos sentido. Lo que había descrito Dylan no sonaba a ropa para una cita y Spencer no saldría con nadie por despecho. De hecho, que lo comparara con la ropa de un ladrón no hizo más que empeorar mis nervios. ¿En qué lío se estaba metiendo ahora?

Maldita sea, si no me hubiera ido, sería yo el que estaría acompañándola o quizás evitando que se hubiera embarcado en esa locura. Y en lugar de eso la dejaba a su suerte con a saber quién.

Cada vez más tenso, me quedé allí, sentado, barajando mis opciones; rezando para que, antes de adivinar dónde podría estar, ella misma apareciera doblando la esquina como si nada y me hiciera sentir como un idiota por preocuparme tanto. Pero los minutos pasaban y ella no volvía. Los minutos pasaban y ninguna idea me venía a la cabeza. Los minutos pasaban y empecé a ponerme en lo peor.

Se había ido en un coche, de eso no había duda. De cualquier otra forma estaba seguro de que podría sentir su impronta marcándome un tenue camino de miguitas de pan en alguna dirección, y no había autobuses que pasaran por esa calle residencial, todos circulaban por la avenida de atrás. Eso solo dejaba la opción del coche, pero ¿a dónde se iría en coche voluntariamente? Debía de estar tan lejos que le compensara el mal rato en vehículo, de lo contrario habría preferido caminar.

Por un momento temí que hubiera vuelto al asilo donde retenían a mi madre y al resto de magos de los aquelarres que habían sido desterrados de sus familias, pero eso era imposible. Me había asegurado de no enseñarle el camino y la vuelta a casa la había hecho inconsciente por sus heridas. Debía de estar en otro lugar.

Demasiado impaciente para esperar a que se me ocurriera algo, decidí pasar de nuevo al plano espiritual y dar un par de saltos por la ciudad. Recorrí el barrio y las cercanías de la casa de Honey, pero no estaba allí. Cuando me obligué a salir del plano espiritual para evitar atraer la atención de los fantasmas sobre mí, saqué el móvil del bolsillo.

Palabra de Bruja IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora